La semana pasada fuimos al teatro, y quizá tuviera algo que ver el hecho de que hacía meses que no salíamos de casa nosotros dos solos (aquí la razón, por si no se acuerdan), pero nos encantó la obra que vimos: Mi misterio del interior, de un grupo llamado Ron LaLá, del que no habíamos oído hablar en la vida.
La obra está compuesta por distintos sketches interpretados por cinco jóvenes actores que actúan y cantan en directo; aunque hay una levísima hilazón entre los números -ellos dicen que todos tratan de la identidad del ser humano; claro, así cualquiera dice que tienen el mismo tema- en realidad son independientes. ¿Y cómo son? Pues divertidísimos. La obra -o el grupo- tiene influencias evidentes de Les Luthiers -no hay más que ver el título-, de Faemino y Cansado, Woody Allen, hasta de Martes y Trece -quién lo diría a estas alturas-. Todo ello tamizado por la cultura basura de los años ochenta que tanto nos gusta a nuestra generación, al estilo chanante pero sin parecerse nada a ellos. Ya es mérito alejarse del humor chanante en los tiempos que corren, cuando parece que hay que elegir entre el Club de la comedia y las imitaciones de Karpov, Karpov, hueles a caldofrán.
Los de Ron Lalá se fajan bien en la distancia corta -tampoco es que el Alfil deje mucho espacio, claro- y cuentan con un público entregado casi desde el primer momento. El espectáculo va ganando tras un inicio titubeante -aunque cantar en el primer gag Yo soy Flik yo soy Flak somos dos en un reloj y mirándonos tú podrás decir si ha llegado ya la hora de dormir hace que ganen cien puntos en mi escala- y va arrastrando al público a través de números desternillantes, favoreciendo la participación del espectador -yo siempre lo he odiado eso, pero ya ves-, como en el caso del genial Tiro al tuno, donde los espectadores tratan de derribar con pelotas a unos tunos colocados como en una barraca de feria, mientras estos cantan:
En fin, que lo recomendamos vivamente porque además se atreven a cachondearse de los polacos, y eso en estos tiempos de pacatería hay que premiarlo. Dénse prisa que no sé cuánto van a durar; están ya en plan Prorrogamos porque tú lo has pedido, y eso igual dura un mes que un año.
Y el sábado pasado, confiados en nuestra buena racha con el teatro, llevamos a Julia a una obra de teatro para bebés (de 0 a 3 años, decía). Como Julia ya tiene 3 pensamos que le gustaría ver La geometría de los sueños, y allá fuimos. Rebeca se tuvo que quedar fuera para no llenar de adultos el teatro, y pasé con Julia. Antes de entrar nos dieron unas directrices: pónganse aquí, no graben ni saquen fotos, no hablen, por favor no hablen con los niños para que estos se hagan su propia interpretación de la obra.
Y pasamos y enseguida me di cuenta de que para mí iba a ser una putada no hablar de la interpretación de la obra porque así no tendría quién me la explicara. Una mujer portuguesa está sentada. Cuando callamos, nos dice que va a contar la historia de la piedra. Bien hasta ahí. La piedra que quería ser nube. Bien. Y ya cuesta abajo: Pie... pie... pie... piedra... Y tiraba lentejas sobre una piedra atada a una cuerda... Y un niño gritaba en una grabación: ¡Piedra, piedra! Y entonces tiraba harina en un plato. ¡La piedra no sueña! ¡No sueña! Los huesos... ¡de la tierra! Acojonaba, de verdad. No me extraña que no quisieran que grabáramos la escena, así no tengo pruebas y todos pensáis que estoy loco, pero no. O a lo mejor pensáis que nos colamos y estábamos viendo Homenaje al Dadaísmo, pero tampoco. En realidad era parecido a esto:
¿Y los niños? Pues tan panchos. mientras los padres evitábamos las miradas de los otros para no echarnos a reír, ellos permanecían de lo más atento. Cuando acabó -necesitamos varias indicaciones para saber que era el momento de aplaudir- una niña se acercó y le dio un beso a la actriz. Que digo yo que estaría amañado, a lo mejor ella tenía un cacahuete escondido en la falda o algo así, porque si no no me lo explico. Y entonces los demás niños se levantaron a darle besos a la actriz. De no creérselo. Como animándola a que siguiera por esa senda. Y los próximos niños, que se jodan.
En resumen: si queréis ir al teatro ir a ver a Ron Lalá. Y huid de La geometría de los sueños. A menos que tengáis menos de tres años.
La obra está compuesta por distintos sketches interpretados por cinco jóvenes actores que actúan y cantan en directo; aunque hay una levísima hilazón entre los números -ellos dicen que todos tratan de la identidad del ser humano; claro, así cualquiera dice que tienen el mismo tema- en realidad son independientes. ¿Y cómo son? Pues divertidísimos. La obra -o el grupo- tiene influencias evidentes de Les Luthiers -no hay más que ver el título-, de Faemino y Cansado, Woody Allen, hasta de Martes y Trece -quién lo diría a estas alturas-. Todo ello tamizado por la cultura basura de los años ochenta que tanto nos gusta a nuestra generación, al estilo chanante pero sin parecerse nada a ellos. Ya es mérito alejarse del humor chanante en los tiempos que corren, cuando parece que hay que elegir entre el Club de la comedia y las imitaciones de Karpov, Karpov, hueles a caldofrán.
Los de Ron Lalá se fajan bien en la distancia corta -tampoco es que el Alfil deje mucho espacio, claro- y cuentan con un público entregado casi desde el primer momento. El espectáculo va ganando tras un inicio titubeante -aunque cantar en el primer gag Yo soy Flik yo soy Flak somos dos en un reloj y mirándonos tú podrás decir si ha llegado ya la hora de dormir hace que ganen cien puntos en mi escala- y va arrastrando al público a través de números desternillantes, favoreciendo la participación del espectador -yo siempre lo he odiado eso, pero ya ves-, como en el caso del genial Tiro al tuno, donde los espectadores tratan de derribar con pelotas a unos tunos colocados como en una barraca de feria, mientras estos cantan:
Los tunos
son los cojones
del grueso pene
de España
son los cojones
del grueso pene
de España
En fin, que lo recomendamos vivamente porque además se atreven a cachondearse de los polacos, y eso en estos tiempos de pacatería hay que premiarlo. Dénse prisa que no sé cuánto van a durar; están ya en plan Prorrogamos porque tú lo has pedido, y eso igual dura un mes que un año.
Y el sábado pasado, confiados en nuestra buena racha con el teatro, llevamos a Julia a una obra de teatro para bebés (de 0 a 3 años, decía). Como Julia ya tiene 3 pensamos que le gustaría ver La geometría de los sueños, y allá fuimos. Rebeca se tuvo que quedar fuera para no llenar de adultos el teatro, y pasé con Julia. Antes de entrar nos dieron unas directrices: pónganse aquí, no graben ni saquen fotos, no hablen, por favor no hablen con los niños para que estos se hagan su propia interpretación de la obra.
Y pasamos y enseguida me di cuenta de que para mí iba a ser una putada no hablar de la interpretación de la obra porque así no tendría quién me la explicara. Una mujer portuguesa está sentada. Cuando callamos, nos dice que va a contar la historia de la piedra. Bien hasta ahí. La piedra que quería ser nube. Bien. Y ya cuesta abajo: Pie... pie... pie... piedra... Y tiraba lentejas sobre una piedra atada a una cuerda... Y un niño gritaba en una grabación: ¡Piedra, piedra! Y entonces tiraba harina en un plato. ¡La piedra no sueña! ¡No sueña! Los huesos... ¡de la tierra! Acojonaba, de verdad. No me extraña que no quisieran que grabáramos la escena, así no tengo pruebas y todos pensáis que estoy loco, pero no. O a lo mejor pensáis que nos colamos y estábamos viendo Homenaje al Dadaísmo, pero tampoco. En realidad era parecido a esto:
¿Y los niños? Pues tan panchos. mientras los padres evitábamos las miradas de los otros para no echarnos a reír, ellos permanecían de lo más atento. Cuando acabó -necesitamos varias indicaciones para saber que era el momento de aplaudir- una niña se acercó y le dio un beso a la actriz. Que digo yo que estaría amañado, a lo mejor ella tenía un cacahuete escondido en la falda o algo así, porque si no no me lo explico. Y entonces los demás niños se levantaron a darle besos a la actriz. De no creérselo. Como animándola a que siguiera por esa senda. Y los próximos niños, que se jodan.
En resumen: si queréis ir al teatro ir a ver a Ron Lalá. Y huid de La geometría de los sueños. A menos que tengáis menos de tres años.