viernes, diciembre 29, 2006

Ponga más virtualidad en su vida

Fíjense en esta hermosa noticia que leímos hace unos días en El País. Titular:

Un estrafalario ataque interrumpe una entrevista a la primera millonaria de Second Life

Bueno, no es un titular muy llamativo para lo que podía haber sido. Porque el titular podía haber sido, con toda normalidad, este:

Una lluvia de penes de color rosa impide una entrevista a una millonaria

No sé por qué llaman estrafalario a una lluvia de penes de color rosa. Cosas más raras hemos visto.

Ya saben ustedes lo que es Second Life: un juego de rol online que ha tenido la astucia de no decir que es un juego de rol para que nadie les acuse de asesinar gente o perturbar la mente de los niños. Lo fascinante de este mundo virtual es que cualquiera puede crearse su personalidad y bla bla bla, relacionarse con personas de todo el mundo y bla bla bla. Y sobre todo que se puede follar virtualmente mientras se bla bla.

En realidad lo fascinante de Second Life es su brutal éxito. Tan brutal que el juego está moviendo una cantidad indecente de dinero. Ya que millones de personas juegan, a muchas empresas les interesa estar presentes en ese mundo irreal en el que está su público. Y pagan por ello. Y ya que millones de personas están interesadas en mejorar la vida de sus alter egos y están dispuestas a pagar por ello, otra gente está ganando dinero. Como la protagonista de la noticia, que viene a ser una especuladora inmobiliaria. Y que no cae bien (como la mayor parte de los especuladores inmobiliarios, excepto los presidentes de clubes de fútbol, que te caen bien o mal dependiendo de qué equipo seas). Y a la que boicotean tirando penes de color rosa virtuales.

¿Por qué la vida real no es tan bonita como Second Life?

Imagínense la enorme cantidad de posibilidades para reventar actos. Porque ahora puede hacerse, sí, puedes ir a un mitin y en mitad del discurso del líder carismático levantarte y gritarle cuatro verdades, llamarle asesino y reventarle el discurso. Lo malo es que lo siguiente en ser reventado eres tú. Si la vida fuera más parecida a la virtual, uno podría sabotear actos impunemente y al mismo tiempo echarse unas risas. Rajoy estaría diciendo que España se quiebra y de la rendición del gobierno ante ETA rodeado de muñecas chochonas. Zapatero estaría dando la brasa con la Alianza de Civilizaciones flanqueado por pokémons en vez de por jóvenes sonrientes que no le escuchan.

Mientras llega el día en que la vida real se iguale a la virtual –fundamentalmente mediante el método de vivir sólo en la virtual- tendremos que conformarnos con pequeños actos de gamberrismo cultural como los de la legendaria Banda del Tartazo, que ha repartido justicia urbi et orbe:



Que sigan por mucho tiempo, mientras llega Matrix.

jueves, diciembre 28, 2006

Dificultades técnicas (bis)

Se nos ocurrió que podía ser una buena idea mudarnos a la nueva versión de Blogger.

sábado, diciembre 23, 2006

Dificultades técnicas

Estamos experimentando algunas dificultades técnicas estos días para acceder al blog (no es sólo que seamos unos vagos). Resulta que ayer unos alegres desconocidos se divirtieron destrozando las conexiones telefónicas de nuestro portal, de manera que ni tenemos teléfono ni acceso a internet. ¿Dónde está Harry el sucio cuando se le necesita?
El asunto es que no sabemos cuándo volveremos a ser estafados por nuestro proveedor de ADSL, porque aunque arreglar el desaguisado es bastante sencillo, conseguir que el técnico venga no es tan fácil. Cuando lo logremos daremos cumplida cuenta aquí, que la historia es jugosilla.
Mientras recuperamos la normalidad, esperemos que en un par de días, siéntanse como en casa hablando de los Serrano, de la Biblia o lo que más les apetezca. Y si no nos leemos antes, feliz Nochebuena y feliz Navidad.

Actualización: Volvemos a ser personas conectadas. Vino el técnico y tardó aproximadamente cuarenta y cinco segundos en efectuar la reparación, que consistía en volver a poner en su sitio unos cables. Lo surrealista es que el mismo técnico había estado antes para ponerle los cables en su sitio a otro vecino, pero no puede efectuar reparaciones si no ha recibido antes un aviso de Telefónica. De manera que si hay 8 vecinos con el mismo problema hay que llamar 8 veces, una vez por vecino. Incluso si llamas diciendo que hay ocho vecinos con el mismo problema, da igual: él tiene que recibir ocho partes y si es necesario venir ocho veces. Literal. De momento había hecho dos reparaciones el día anterior y ahora hacía otras dos. Como somos 11 vecinos le quedaban 7. Burocracia, qué haríamos sin ti. Aparte de ser felices, me refiero.

En fin. Como dicen varios de nuestros comentaristas habituales, felices fiestas a todos: a los comentaristas habituales, a los infrecuentes, a los lectores habituales que no comentan, a los lectores ocasionales y a los que entran buscando "los mejores culos del mundo". Que el año que viene sea mejor que este.

miércoles, diciembre 20, 2006

La pintada de Fran Perea

Carmona Dixit ya nos avisó el otro día de que había visto una pintada fantabulosa, y como es mujer de palabra nos la ha enviado para que podamos disfrutar todos de ella (de la pintada, no de Carmona):


Sencilla, elegante, con su puntillo rebelde (¡ese ke!), diciendo verdades como puños y haciendo un uso de la tipografía que más quisieran muchos directores de arte. Una pintada que me hubiera gustado escribir a mí. Gracias por compartirla con todos, Carmona Dixit.

martes, diciembre 19, 2006

Público que aplaude

Después de las cosas que le pasan a Rebeca en las entregas de premios, cualquier acto se convierte en pura rutina sin emoción, todo es un plácido dejar que pase el tiempo.

El viernes pasado estuvimos en el Casino de Alicante (el casino cultural, no el de Las Vegas) porque me entregaban el segundo premio de cuentos del Ayuntamiento de Benferri (el primer premio se lo llevó este cuento de Marcelo Luján). Uno de las cosas curiosas es que el año pasado gané el tercer premio de este mismo certamen (con jurados distintos, no seáis revoltosos). Llegamos a Alicante veinte minutos antes de que comenzara, nos arreglamos (yo no me puse vestido para evitar problemas) y nos plantamos en el Casino.

La sala en la que se entregaba el premio era al mismo tiempo el sitio donde se exponían algunos cuadros. Había de dos tipos: formas abstractas que recordaban vagamente a protozoos (repetidas en diversos colores) y cuadros con barcas al sol. La sala no era muy grande, así que se llenó rápido. Nos sentamos en la segunda fila para poder salir rápido a por el premio. De repente veo algo que me extraña:

-Oye, Rebeca, ese señor de ahí… ¿Me lo parece a mí, o lleva un túper en la mano?

La foto es mala, pero hay que fiarse de mí: eso es una bolsa de plástico con un túper.

Luego había cóctel con catering, y en este tipo de eventos la competencia por conseguir las croquetas es feroz, pero esto me parece que es pasarse tres pueblos.

El caso es que empieza el acto. En la mesa del escenario están el organizador del concurso, Joaquín Botella, el alcalde del ayuntamiento que lo patrocina, Luis Vicente Mateo, la conferenciante, Blanca Andreu, y el que presenta a la conferenciante, José Luis Ferris. Se presenta la revista literaria en la que está publicado mi relato y casi sin transición me llaman al estrado para recibir el premio. Hay un silencio extraño que se rompe, cuando, ya algunos segundos encima del escenario, Blanca Andreu rompe a aplaudir, y la sala se le une. Digo unas palabras (cangrejo, sol, patata, anacoluto) que no tienen mayor interés, creedme, y me siento. Luego se repite el proceso con el ganador del primer premio, Marcelo Luján, pero a él le aplauden desde el principio.

Foto cortesía de Marcelo Luján. Marcelo, el alcalde de Benferri y yo.
Yo soy el guapo de los tres. Al fondo se ven los cuadros.


Comienza la conferencia tras la introducción, larga y hermosa, de José Luis Ferris. Blanca Andreu habla de la belleza, del poder creador de la palabra. Habla de una leyenda árabe sobre el poder creador del hombre, habla de las nubes, habla de que los poetas son considerados profetas menores. Y en mitad de nuestro silencio atento y sepulcral, suena un móvil con esta música:

Miro a Rebeca, y ella a mí. Sí, también lo ha oído, no estoy loco. Nos hacemos todos los despistados, como si no hubiéramos oído nada. Sigue la conferencia. De pronto suena un reggaeton desde el piso de abajo a toda hostia, durante cuatro segundos. Y se para. Y vuelve a sonar otros cuatro segundos. Y se para. Y suena otros tres segundos. Y se para. Como si abajo estuvieran jugando al juego de la silla. Y ya no se escucha más, ha sido un juego corto de calentamiento. Sigue la conferencia como si nadie se diera cuenta. Nosotros los intelectuales no nos perdemos en trivialidades. El año pasado también ocurrió algo así en el acto de entrega del premio –en Orihuela-: la conferenciante, Lourdes Ortiz, estaba en mitad de su conferencia y empezó a oler a quemado, y venga a hacerse todos los despistados, y olía y olía a quemado hasta que ya dio la sensación de que iban a llamar a la puerta e iban a ser los bomberos. Así que la conferencia se interrumpió un minuto para comprobar si teníamos que buscar la salida de emergencia o no, y resultó que no: sólo eran unos papeles que se estaban quemando en una papelera (kale borroka gafapástica, probablemente era algo de Bukowski).

En fin, terminó la conferencia, aplausos y nos vamos al cóctel. Como nosotros somos ya expertos en estos saraos, nos colocamos estratégicamente, protegidos por una columna y a cuatro metros y medio exactos de la salida de los canapés. Bingo. Nosotros somos unos bordes de cuidado, pero nos hacemos amiguitos de una de las camareras y cada vez que sale viene a nosotros, nos aconseja qué comer y qué no, si soplar o no y cuando va de vuelta pasa por nuestro lado y nos trae los restos para que rebañemos. Desde esta tribuna privilegiada, gracias, simpática. Mientras van y vienen las bandejas con croquetas, boquerones en tempura, torta del casar, crema de verduras, pinchos de pollo y otras estupendas viandas, nosotros nos damos al vino con entusiasmo. Y se acaba el catering y nosotros, que estamos agotados, aprovechamos la confusión reinante para irnos al hotel. Fin del acto de entrega del premio.

Ya decía yo que no era muy emocionante. Pero el final tiene su moraleja, paciencia. El caso es que al llegar al hotel decidimos tomarnos una última copa, y nos fuimos para el bar. No era muy tarde, pero no había prácticamente nadie. Dos camareras, cinco o seis personas en el salón y un pianista parecido a Ray Charles.

Atención a los altavoces desplegados en el piano.

Era como estar viendo una película mala, excepto que nadie fumaba y yo no llevaba gabardina. El hombre estaba tocando ahí sus piezas y nadie le hacía nada de caso. Tampoco es que fuera Oscar Peterson, las cosas como son, pero vamos, no lo hacía mal. Estándar. Mientras él tocaba, la televisión del bar estaba puesta, canal MTV, con el sonido quitado, y era marcianísimo porque a veces parecía que Britney Spears se movía al ritmo de los clásicos de Gershwin que tocaba el Ray Charles del hotel. Acaba una canción y suena un aplauso, plas, plas, plas. Un aplauso de un solo hombre que se sostiene durante unos segundos: un tipo que está sentado tomándose un algo y que aplaude al pianista. Y el pianista sonríe y toca otra canción. Y el tipo le vuelve a aplaudir (nadie más lo hace). Y yo pienso que la escena es ridícula, una sola persona aplaudiendo a un pianista, casi como si tocara exclusivamente para él. Y me pregunto si el pianista pensará que el tipo se está cachondeando de él; es más, a mí me molesta que le aplauda porque me parece que se está burlando del pobre pianista. Pero no: cuando acaba otra el hombre se levanta y va hacia el piano y habla con el intérprete y a los dos se les ve contentos. Satisfechos.

Y comparo ese aplauso sincero con el cortés que me han brindado unas horas antes y creo que prefiero ese aplauso de un solo hombre, que resulta un premio honesto para una actuación honesta, ni obligado por la educación ni porque es lo que se espera. Un aplauso motivado por el entusiasmo. O al menos el aprecio de la interpretación, tampoco nos pasemos. Imagino que Ray Charles fue feliz porque había alguien que aplaudía su arte cuando la costumbre es la pura indiferencia, igual que yo soy feliz cuando un desconocido se toma la molestia de escribirme para decirme que le ha gustado mucho Fuco Lois (hay quien lo hace, sí); es un aplauso de un solo hombre, pero para mí es como si todo un pabellón se viniera abajo, porque siento que el esfuerzo ha merecido la pena (me voy deslizando hacia el discurso de las folclóricas rápidamente). No por una cuestión de vanidad, no es eso, sino porque el trabajo de pronto cobra sentido.Y lo mismo me pasa cuando hay comentarios en este humilde blog. Que parece que el esfuerzo merece la pena. Y que… Bueno, que gracias.

Perdonad, que se me ha metido algo en el ojo.

lunes, diciembre 18, 2006

Paredes de Córdoba

Mi hermano y mi cuñada se fueron unos días de vacaciones, pasaron por Córdoba y decidieron no traerme como recuerdo una camiseta típica cordobesa (una en la que pusiera: Recuerdo de Córdoba, o Estuve en Córdoba y me acordé de ti, o To beer or not to beer -Córdoba-). En cambio, me regalaron esta estupenda foto tomada en una calle cordobesa:

Costrosos Negros Tontos. Parece el nombre de una banda de pop, no me digas.

Ellos se ahorraron una pasta (hay que ver qué precios tienen esas camisetas) y yo tan contento, aumentando mi colección de pintadas calumniosas -si son nuevos en esta humilde morada o sencillamente quieren repasar los viejos hit, consulten el Caso Alcalá Júdez, el Caso Feas en mi Barrio y el Caso Gabacho de mierda-.

Hermoso adjetivo, costroso. Creo que jamás se me hubiera ocurrido emplearlo en una pintada, pero a partir de ahora entra a formar parte de mi vocabulario habitual, hay que aprovechar estos hallazgos líricos. Imaginad el impacto en mitad de una discusión, cuando le tiras a alguien el costroso a la cara. Discusión ganada y el otro sale llorando.

Lo que ya no me gusta tanto es que después de nombrar a los receptores de la pintada (que digo yo que negros funcionará aquí como sustantivo, no como adjetivo), les llamen tontos. Eso sí que no, hay que tener unos límites. La gente cómo se pasa, de verdad.

jueves, diciembre 14, 2006

Que se mueran los feos

A ver, lo de la Fundación Dove de la Autoestima está muy bien, viva la Autoestima -le tenemos tanto cariño que la ponemos con mayúscula-, nosotros le dimos la razón aquí, en esta su casa de ustedes, pero a todos nos gusta ver caras bonitas en la publicidad, no lo neguemos. También nos gusta verlas por la calle, pero ahí es más difícil, se esconden las jodías, y si las encuentras y las miras piensan que eres un pervertido o un proyecto de viejo verde, pero bueno, no os voy a hablar de mi vida ni de las denuncias que sufro. Y noto que estoy divagando una vez más, pero esto me recuerda una mítica historieta de Óscar con su personaje, El Profesor Cojonciano, titulada: ¿Por qué hay tantos feos los domingos?

Bueno, al lío. El caso es que un amiguete nos ha pasado una parodia del anuncio de Dove, y ya saben ustedes que a nosotros nos pirran las parodias. Así que véanla, por favor:



Cómo mola el pájaro que fuma, ¿no?

El original está en una página titulada Campaña contra la vida real, y merece mucho la pena (casi prefiero que no la visitéis y así puedo irla fusilando en las semanas venideras). ¿Podemos soportar la vida real tal como es? No, por eso vemos Qué bello es vivir. Y leemos novelas de aventuras. Y disfrutamos con las consolas y vemos el fútbol y fantaseamos con Adriana Lima y decimos "Ay, si me tocaran los Euromillones"... Porque la vida real apesta, gracias pero no necesito más. Ya vemos suficiente gente fea en la calle. Y en los espejos.

martes, diciembre 12, 2006

Casualidades que tal vez no lo sean

Lo que son las cosas. El viernes pasado me llamaron del programa de la SER Hoy por hoy Madrid para hacerme una entrevista porque he ganado un concurso de cuentos, el Vallecas cuenta. Próximamente en su librería favorita.

El caso es que voy a los estudios de la SER en Gran Vía, me someten al rutinario cacheo, llego a la planta octava y me dicen que espere un rato, que enseguida me toca y que me avisan. Y veo a un tipo que también está esperando y que me resulta vagamente conocido. Al principio me parece que es un rockero, porque va vestido de rockero, alto, delgado, anguloso, pelo largo. ¿Es Ariel Rot? No, pero se parece, es del estilo (cuando Ariel Rot llevaba pelo largo). Quizá sea alguno de los supervivientes de Tequila (ya digo que Ariel Rot no, coño). El tío se me queda también mirando, como si calculase si me conoce o no. O sea que nos conocemos. O a lo mejor le he estado mirando demasiado rato y está pensando si soy un psicópata que le va a pegar un tiro. Pero no, para eso me han cacheado, tranquilo, hombre.

Bueno. Me llaman para el estudio, entro en antena, y charlo un rato con Toni Garrido sobre publicidad y libros. Como han descubierto esta su casa de ustedes, me ponen la canción del Pasodoble industrial, para que diga por qué me obsesiona.

-¿Dónde la encontraste? -me preguntan.

Digo que yo no la encontré, que la encontraron unos amigos. Repito aquí sus nombres: Eduardo Lozano y Goyo Méndez. Seguimos hablando un rato y me despiden. Detrás de mí entra el rockero que no sé si es rockero, se sienta donde había estado sentado yo y salgo del estudio. Oigo cómo le introducen: “Tenemos con nosotros a Andy Chango”. Y entonces caigo. Copón, Andy Chango. De eso le conozco.

Había visto una sola vez antes a Chango. ¿Dónde? Pues en la boda de Eduardo Lozano. Tocó un rato, además de asistir a la boda, porque era (¿es?) amigo de Eduardo. Fin de nuestra relación.

¿No es curioso cómo se enhebran las circunstancias y que me hablaran del Pasodoble industrial justo el día que iba Chango a la radio? ¿Querrá decir algo? Si yo no fuera un completo escéptico creería que sí; que tengo que llamar a Eduardo, por ejemplo, porque hace mucho que no nos vemos. Como sí soy un escéptico, descarto esta casualidad como irrelevante. Y no llamo, detesto los teléfonos (Edu, si lees esto, escríbeme, hombre).

Una vez escribí un cuento sobre casualidades, desde el punto de vista del creyente: un hombre que ve mensajes en cada coincidencia que encuentra (y que por tanto va buscándolas; y que por tanto las encuentra). El relato comienza cuando conoce a una chica que parece destinada para él. El chico se fija en unos lunares que la chica tiene en el cuello e identifica, por su disposición, la constelación de Lupus. Él, oh, qué casualidad, se apellida Lobo. Y hasta aquí puedo leer. (Este relato, Las estrellas en tu cuerpo, forma parte de la recopilación que ganó el Premio Café Bretón, de inminente publicación).

A lo que iba. Justo cuando comenzaba a escribir el relato me puse a leer Todos sobre Zanzíbar. Y me encontré nada más empezar un mensaje que parecía destinado a mí:

COINCIDENCIA: No prestabas atención a la otra mitad de lo que estaba pasando.

¿Casualidad o mensaje del Destino? Yo lo tengo claro, pero a veces dudo. Señor, creo en Ti, ayuda mi incredulidad.

domingo, diciembre 10, 2006

Plinio, casos célebres

Volvemos a la actividad tras una semana rara, rara, rara.


Ya habíamos hablado por estas latitudes de Plinio, casos célebres, una recopilación de algunas novelas policíacas escritas por Francisco García Pavón protagonizadas por el Jefe de Policía de Tomelloso, Plinio. Muy muy muy recomendables.

Aunque en realidad no son novelas policíacas, por mucho que se empeñe el prologuista de la obra, Lorenzo Silva -que se ha convertido en el escritor más citado en El sabor del cerdo agridulce-. No hay apenas trama detectivesca, los misterios son triviales y el método que emplea Plinio para descubrir al culpable es esperar, tomarse unos vinos con los amigotes y aguardar a que le llegue un pálpito. O sea, nada que ver ni con Sherlock Holmes ni con Hércules Poirot ni con Sam Spade. En realidad en las novelas de Plinio no pasa nada nunca, o pasa muy poco. Ni falta que hace.

Las aventuras de Plinio son esbozos costumbristas de la vida rural en los años sesenta y setenta, relatos llenos de humor -muchísimo humor, sorprendente porque parece que lo único que nos queda de aquella época, literariamente hablando, es esencialmente literatura social de ceño fruncido y experimentalismos casi disparatados-. Son novelas que se leen estupendamente y que levantan el ánimo; no se meten en honduras y no hay la menor crítica a la sociedad del momento -ya digo que tienen poco de novela negra-, pero a cambio muestran un prodigioso dominio del lenguaje, que rescata cientos de regionalismos medio olvidados. Regionalismos manchegos, claro, porque García Pavón era de la zona. Y esa es la mejor baza de las novelas de García Pavón: un caudal inmenso de palabras con fuerte sabor a la tierra. Ese tipo de palabras que disfrutan ahora de un renacer gracias a, quién nos lo iba a decir, La hora chanante -Joaquín Reyes es de Albacete-: churretoso, ternesco, cascoporro. Y que provocan que cada relato sea completamente catral.

martes, diciembre 05, 2006

Necesitamos un socio capitalista

Mi amigo Edu –alias el Vascjko, alias Action Man- y yo teníamos hace tiempo una idea que nos iba a hacer ricos. Se trataba de suministrar a la gente que acababa de comer una sala donde pudiera echarse la siesta, a cambio de un pequeño suplemento. Era un plan sin fisuras que elaboramos durante la digestión de comidas pantagruélicas. El gintonic es lo que tiene, que inspira. Tras una comida contundente, razonábamos, ¿quién no pagaría por meterse en un pequeño reservado y dormir una breve y reparadora siesta de, pongamos, tres cuartos de hora?

Pensamos en todos los detalles. Serían cuartos pequeños, de luz amortiguada, en pequeñas dependencias al lado del restaurante (para facilitar la viabilidad de la idea, pensábamos montar un restaurante; es que estábamos en todo). El cliente tendría derecho a un mullido sofá de orejas y podría elegir entre tres clases de vídeos para disfrutar en su pequeño televisor, dependiendo de sus preferencias:

1)Documental de insectos
2)Etapa llana en la primera semana del Giro de Italia
3)Dieciseisavos de final de Roland Garrós entre un ruso y un checoslovaco (de cuando había checoslovacos, ya digo que la idea tiene tiempo)

Siesta plácida segura, como veis.

Nunca llevamos a cabo esa idea. Ni siquiera la registramos. Nuestras respectivas nos miraban con esa mirada castradora tan desagradable que tienen las mujeres, como diciendo: “Pero mira que puedes llegar a ser bobo”, y en esas condiciones es difícil levantar un proyecto (o levantar cualquier cosa, guiño, guiño). Al cabo abandonamos la idea, la dejamos pasar. Otra de esas ideas que se desvanecen. El caso es que tiempo después vimos que el Ritz (o el Palace, yo siempre los confundo) habían decidido ofrecer sus habitaciones por períodos muy breves de tiempo a los que comieran en sus restaurantes; vamos, que nos fusilaban la idea de ofrecer espacios para siestas. Luego la he visto en otros sitios, o sea que el ejemplo ha cundido. No sé si a vosotros os ha ocurrido que os pisen ideas así. Seguro que sí, y para eso está el apartado de comentarios.

Y me he puesto a pensar que en realidad lo que cualquiera de nosotros necesitamos es un tipo con dinero para gastar que pueda hacer realidad ideas tan descabelladas como esta, un tipo al que el dinero le salga por las orejas dispuesto a meterlo en un proyecto cualquiera. O simplemente que sea tan alocado como para ver una oportunidad de negocio en cualquier idea inusual. Pero si tiene dinero mejor, claro.

Me imagino a Thomas Alva Edison pensando en sus cosas y hablando con un amigote: “Oye, molaría inventar una cosa que sirviera para dar luz, ¿que no?” Y la mujer de Edison le miraría con esa mirada castradora tan desagradable que tienen las mujeres, como diciendo: “Pero mira que puedes llegar a ser bobo”, y Edison, bostezaría y diría: “O un sitio donde dormir la siesta después de comer”. Y nada, se tomaría otro pacharán y miraría por la ventana a ver si pasa alguna chica bonita.

Así que está claro que lo que necesitamos Edison, Edu (venga, va, el chiste: Eduson) y yo es un socio capitalista que afloje la mosca, qué bonita expresión, para que nuestros próximos proyectos, como por ejemplo El Paraguas Que No Te Moja La Espalda, sean posibles. Si tenéis pasta gansa, otra bonita expresión, para despilfarrar, aquí estamos nosotros. Y si lo que tenéis son ideas de inventos, también estamos aquí, ya encontraremos quien nos lo financie.
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