Estuvimos hace poco viendo Wall-E, y me llevé la conclusión de que Pixar es ahora mismo el lugar del mundo en que más talento se acumula. No ha habido película de Pixar que bajara del notable, si exceptuamos el escandaloso patinazo de Cars (pero a John Lasseter le perdonamos todo, todo, todo, y más cuando miramos este artículo sobre él en la Wikipedia en el que descubrimos que su primer trabajo en Disney fue como capitán del Crucero de la Jungla en un parque de atracciones; hay que ser muy bueno para recuperarse de eso).
No es sólo que en Pixar estén tan avanzados técnicamente que hagan palidecer a otras productoras de animación. Es que saben qué es lo que verdaderamente importa en una historia: la propia historia. Y a ella le dedican recursos y mimo. Se nota al ver una película pixariana que cada detalle del guión está pulido una y otra vez en vez de, como suele ser habitual, puesto un poco a trompicones mientras el director se ocupa de alguna cosa más importante como, por ejemplo, de si la explosión de los dos coches es en el tono de naranja que tenía pensado. Se cuidan esos delicadísimos elementos que hace que una historia nos importe o no, los personajes.
De las películas de animación siempre me ha fascinado la fe de sus creadores en su producto. Estar tres años trabajando en algo con la fe de que finalmente va a responder a tus expectativas, y sabiendo que retroceder es muy difícil, por no decir imposible, me parece admirable. Y creo que Wall-E es un caso de asombrosa fe, una película que podía fracasar de muchas maneras y que sin embargo salva todas las difcultades con una facilidad insultante. Parece una película hecha a propósito para el riesgo: es para niños (eso dicen) y se nutre del cine clásico mudo, para empezar. Es sutil y tiene una música maravillosa sacada de una película musical, y tiene un mensaje ecológico que resulta refrescante. Y técnicamente es perfecta. Y los personajes son fantásticos. Y funciona como un reloj en cada una de sus partes.
Y tiene un corto de regalo estupendástico, también mudo. Este (no sé cuánto durará colgado, aprovechen):
No es sólo que en Pixar estén tan avanzados técnicamente que hagan palidecer a otras productoras de animación. Es que saben qué es lo que verdaderamente importa en una historia: la propia historia. Y a ella le dedican recursos y mimo. Se nota al ver una película pixariana que cada detalle del guión está pulido una y otra vez en vez de, como suele ser habitual, puesto un poco a trompicones mientras el director se ocupa de alguna cosa más importante como, por ejemplo, de si la explosión de los dos coches es en el tono de naranja que tenía pensado. Se cuidan esos delicadísimos elementos que hace que una historia nos importe o no, los personajes.
De las películas de animación siempre me ha fascinado la fe de sus creadores en su producto. Estar tres años trabajando en algo con la fe de que finalmente va a responder a tus expectativas, y sabiendo que retroceder es muy difícil, por no decir imposible, me parece admirable. Y creo que Wall-E es un caso de asombrosa fe, una película que podía fracasar de muchas maneras y que sin embargo salva todas las difcultades con una facilidad insultante. Parece una película hecha a propósito para el riesgo: es para niños (eso dicen) y se nutre del cine clásico mudo, para empezar. Es sutil y tiene una música maravillosa sacada de una película musical, y tiene un mensaje ecológico que resulta refrescante. Y técnicamente es perfecta. Y los personajes son fantásticos. Y funciona como un reloj en cada una de sus partes.
Y tiene un corto de regalo estupendástico, también mudo. Este (no sé cuánto durará colgado, aprovechen):