viernes, octubre 30, 2015

Mi madre se empeñó en que tenía que aprender a nadar

Cuando tenía cuatro años de edad mi madre se empeñó en que tenía que aprender a nadar. Cuestión de supervivencia, me dijo. Así que un verano me apuntó a la piscina de El Rayo Vallecano y fue allí donde aprendí a hacer braza, crol e incluso a tirarme de cabeza, pero al estilo vallecano, en el que como todo el mundo sabe se salpica mucho más que en otras modalidades. Y a mí me gusta salpicar mucho, así que desde aquel verano de 1978 me hice adicta a ponerme en remojo.

Sumergirme en el agua no sólo era un placer en verano, cuando el intenso calor que desprende el asfalto de Madrid se pega en tu piel como un traje de cuero viejo, sino el resto del año, cuando necesitaba un momento conmigo misma y rodearme de agua me aportaba esa sensación de paz, de calma, de libertad absoluta.

Y sin embargo, en los últimos tiempos, cada vez que piso una piscina cubierta me entran los siete males. Entre el calor que hace, la sobredosis de cloro y de adolescentes, el jaleo y el eco que lo multiplica, nadar ha perdido todo su encanto. Y ya no me siento con ganas de hacerme un Esther Williams ni de pensar que estoy surcando los Mares del Sur, camino de una isla desierta y exótica. Y lo peor es tener que compartir calle con un grupo de pre-adolescentes que en dos brazadas te adelantan y luego rematan la jugada haciendo un volteo delante tuya. A mí se me da fenomenal nadar, pero cada vez que hago un volteo acabo en la calle de al lado (porque tengo tendencia a la izquierda) y con la nariz inundada de agua y de mocos. Y con un montón de pre-adolescentes mirándome y riéndose en mi cara.



Cuando tienes un montón de adolescentes pisándote el culo ¿qué hay que hacer? Sigue nadando, sigue nadando.

Se lo comentaba el otro día a una amiga y me recomendó que siguiera su ejemplo y me apuntara a la moda de hacer buceo.

Las ventajas eran muchas:

-volvería a sentir esa sensación de sumergirme completamente en el agua;
-el silencio es absoluto;
-no hay pre-adolescentes que te adelantan cuando buceas ni se ríen de que tu patada es floja y tu estilo es tirando a informal (traducción misericordiosa de “nado como me sale de ahí mismo” ;
-ni jubilados a los que adelantar en el carril;
-ni malas noticias, tráfico o jaleo;
-si no has empezado la Operación Bikini no pasa nada, porque no hace falta enseñar las lorzas en ningún momento cuando buceas.
-y lo más importante, cuando estás ahí debajo no te encuentra ni el plasta de tu jefe.


Bar es la única persona del mundo que puede bucear sin equipo. O debería.

Cuando buceas sólo estás tú y una enorme masa de agua a tu alrededor. Vale, y depende de dónde lo hagas también te puedes encontrar tiburones, claro. En ese caso aquí te enseñan cómo reaccionar al ver un tiburón mientras buceas.

Pero para empezar a bucear sólo necesitas un buen equipo de submarinismo, unas nociones básicas para evitar caer en alguno de los errores más típicos de los novatos, como te cuentan aquí y ganas para sumergirte en un mundo totalmente desconocido. Un mundo sin horarios, sin gritos, sin imposiciones y sin Operación Bikini. Yo sólo le veo ventajas al asunto.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuidadín con los oídos.

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