La historia es que yo me asusto con muchas cosas, eso es verdad. Me asustan los perros, las agujas y el Alzheimer. Me da miedo dejar la mano colgando al borde de la cama (por si hay un tiburón nadando por el suelo), me da miedo ahogarme en el mar, que no se acabe la crisis y que de pronto no vuelva a haber nunca más pollos asados.
Y esto que veo en el periódico también me da miedo. Miedo y tristeza:
Si ya no somos capaces de dar el pésame solos... Algo va muy mal. Si necesitamos buscar en el periódico el teléfono en lugar de tenerlo nosotros... Si sentimos la necesidad de dar el pésame a alguien del que ni siquiera tenemos teléfono... Si pagamos dos euros por decir lo siento mucho, la vida es así, contad conmigo para lo que sea, al menos ahora descansará.
viernes, enero 28, 2011
lunes, enero 24, 2011
Gente que cuida su coche como si fuera su vida
Yo a los coches no les hago mucho caso, bastante tengo con mi chasis y el de las señoritas que pasan por la calle como para prestar atención a objetos inanimados, pero hay individuos que tienen sus máquinas de desplazarse impolutas. Gente como el caballero que aparca su coche y lo deja con fundas protectoras de plástico en volante y asientos:
Qué puntilloso. Gente que curiosamente es la misma que deja el coche por fuera así:
Gente que es Jekyll y Hyde. Gente, en fin.
Qué puntilloso. Gente que curiosamente es la misma que deja el coche por fuera así:
Gente que es Jekyll y Hyde. Gente, en fin.
martes, enero 18, 2011
Egosurfing, de Llucia Ramis
Si abres Egosurfing, una novela de Llucia Ramis, te encuentras en la solapa una foto de la autora muy sonriente, y al instante te enamoras de ella entre un 17 y un 21 por ciento, dependiendo de cuánto te pongan los lunares al lado de los labios.
Digo esto de la foto porque mientras lees la novela estás todo el rato pensando en quién la ha escrito. Egosurfing, la palabra, es esa búsqueda que haces de tu nombre en la Montaña de Basura. Y es lo que haces tú cuando lees Egosurfing, porque en la novela sobresale una fascinante capacidad para provocar un "esto me ha pasado a mí" o "está hablando de aquella vez que me..." Es como buscarse en cada página. Y todo el rato miras la solapa a ver si es que es tu foto la que está ahí. Que no está.
Es bien curioso. Con esta novela Llucia Ramis obtuvo el premio Josep Pla de novela. El Pla es el reverso catalán del Nadal. Yo del palmarés del Pla no sé mucho, pero del Nadal sí, porque era el Premio, con mayúsculas, el prestigioso. El primero de ellos lo ganó una novela monumental, Nada, de Carmen Laforet, y si repasas la lista te encuentras con El Jarama, de Sánchez Ferlosio, por ejemplo. Hay lo que los literatos llamamos técnicamente un porrón, pero curiosamente los que me llaman la atención son estos dos e Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, que fue finalista. He leído más pero no los identifico con el Nadal tan fácilmente -y eso que hay obras magníficas-. Y me doy cuenta de que estos tres que digo son novelas generacionales. Como Egosurfing. Ya, no soy muy original. Pero es lo que hay.
A mí me pasó que leí Nada, hace muchos años, y me dejó frío (así de crudo lo digo). Tal vez porque no hablaba de mi generación, aunque sí de cosas que quizá comparten todos los jóvenes (la leí cuando era joven, qué pasa). Leí El Jarama y poco más o menos lo mismo, aunque esta es superior. Leí las Historias del Kronen -que relataba mi generación- y no hablaba de mí. Egosurfing sí. Habla de mí y de ti, y algunas veces cuando lees la novela estás pensando en la novela que tienes por escribir; y tachas la idea porque Egosurfing es esencialmente lo mismo que ibas a escribir tú.
Egosurfing comienza cuando la narradora, una escritora de libros de autoayuda es acusada en televisión por una periodista sin escrúpulos de tirar una bolsa de basura que golpea la cabeza de un joven -el balcón desde el que se tira la bolsa pertenece a una casa en la que vivió hace años la protagonista-. Inesperadamente, la protagonista traba relación tanto con la periodista sensacionalista como con la víctima del accidente.
La obra podría haber tomado el camino de la farsa o de la comedia a lo Woody Allen, y eso es lo que uno inconscientmente espera al ver la sonriente foto de la solapa -qué poca gente sonríe en la solapa de los libros, qué pena-, y sin embargo la novela es una desencantada descripción de lo que somos y de lo que queremos ser: la protagonista es una escritora de libros de autoayuda que sobrevive con ese trabajo y haciendo de secretaria de un viejo intelectual; la periodista fue en su momento una periodista cultural y ahora hace televisión basura; la víctima era un publicitario que dejó hastiado la profesión y ahora atiende un meublé barcelonés. Y todos sienten esa desazón de los que ven cómo se les escapa la vida entre los dedos, una especie de hastío vital que estaba presente en Nada, y en El Jarama y también en Historias del Kronen. Pero que sólo llega de verdad, a las tripas, en Egosurfing.
Igual me llega más porque Llucia Ramis tiene tres años menos que yo y pinta de transitar el mismo territorio que yo; vamos, que tiene aspecto de tomar cañas estupendamente y no pipermíns como otros autores de nuestra generación. Uno se imagina perfectamente tomando cervezas con ella y hablando de si es mejor la Estrella o la Mahou -yo diría que Mahou y ella, equivocadamente, que Estrella- o contando alguna historieta de tebeos o de El equipo A. Y sin usar la palabra posmoderno, que es cosa que yo agradezco mucho. Llucia Ramis tiene aspecto de ser una tía normal que escribe de la vida normal y corriente, sin artificios. Es decir, alguien a la que habrá seguir concienzudamente en el futuro porque nos va a contar cosas que nos interesan.
Digo esto de la foto porque mientras lees la novela estás todo el rato pensando en quién la ha escrito. Egosurfing, la palabra, es esa búsqueda que haces de tu nombre en la Montaña de Basura. Y es lo que haces tú cuando lees Egosurfing, porque en la novela sobresale una fascinante capacidad para provocar un "esto me ha pasado a mí" o "está hablando de aquella vez que me..." Es como buscarse en cada página. Y todo el rato miras la solapa a ver si es que es tu foto la que está ahí. Que no está.
Es bien curioso. Con esta novela Llucia Ramis obtuvo el premio Josep Pla de novela. El Pla es el reverso catalán del Nadal. Yo del palmarés del Pla no sé mucho, pero del Nadal sí, porque era el Premio, con mayúsculas, el prestigioso. El primero de ellos lo ganó una novela monumental, Nada, de Carmen Laforet, y si repasas la lista te encuentras con El Jarama, de Sánchez Ferlosio, por ejemplo. Hay lo que los literatos llamamos técnicamente un porrón, pero curiosamente los que me llaman la atención son estos dos e Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, que fue finalista. He leído más pero no los identifico con el Nadal tan fácilmente -y eso que hay obras magníficas-. Y me doy cuenta de que estos tres que digo son novelas generacionales. Como Egosurfing. Ya, no soy muy original. Pero es lo que hay.
A mí me pasó que leí Nada, hace muchos años, y me dejó frío (así de crudo lo digo). Tal vez porque no hablaba de mi generación, aunque sí de cosas que quizá comparten todos los jóvenes (la leí cuando era joven, qué pasa). Leí El Jarama y poco más o menos lo mismo, aunque esta es superior. Leí las Historias del Kronen -que relataba mi generación- y no hablaba de mí. Egosurfing sí. Habla de mí y de ti, y algunas veces cuando lees la novela estás pensando en la novela que tienes por escribir; y tachas la idea porque Egosurfing es esencialmente lo mismo que ibas a escribir tú.
La portada. Que es que hay que decíroslo todo.
Egosurfing comienza cuando la narradora, una escritora de libros de autoayuda es acusada en televisión por una periodista sin escrúpulos de tirar una bolsa de basura que golpea la cabeza de un joven -el balcón desde el que se tira la bolsa pertenece a una casa en la que vivió hace años la protagonista-. Inesperadamente, la protagonista traba relación tanto con la periodista sensacionalista como con la víctima del accidente.
La obra podría haber tomado el camino de la farsa o de la comedia a lo Woody Allen, y eso es lo que uno inconscientmente espera al ver la sonriente foto de la solapa -qué poca gente sonríe en la solapa de los libros, qué pena-, y sin embargo la novela es una desencantada descripción de lo que somos y de lo que queremos ser: la protagonista es una escritora de libros de autoayuda que sobrevive con ese trabajo y haciendo de secretaria de un viejo intelectual; la periodista fue en su momento una periodista cultural y ahora hace televisión basura; la víctima era un publicitario que dejó hastiado la profesión y ahora atiende un meublé barcelonés. Y todos sienten esa desazón de los que ven cómo se les escapa la vida entre los dedos, una especie de hastío vital que estaba presente en Nada, y en El Jarama y también en Historias del Kronen. Pero que sólo llega de verdad, a las tripas, en Egosurfing.
Igual me llega más porque Llucia Ramis tiene tres años menos que yo y pinta de transitar el mismo territorio que yo; vamos, que tiene aspecto de tomar cañas estupendamente y no pipermíns como otros autores de nuestra generación. Uno se imagina perfectamente tomando cervezas con ella y hablando de si es mejor la Estrella o la Mahou -yo diría que Mahou y ella, equivocadamente, que Estrella- o contando alguna historieta de tebeos o de El equipo A. Y sin usar la palabra posmoderno, que es cosa que yo agradezco mucho. Llucia Ramis tiene aspecto de ser una tía normal que escribe de la vida normal y corriente, sin artificios. Es decir, alguien a la que habrá seguir concienzudamente en el futuro porque nos va a contar cosas que nos interesan.
viernes, enero 14, 2011
Imagen de marca
Tú compras un producto Apple y sabes lo que te vas a encontrar. Aquí voy a dejar un espacio para que cada uno piense lo que se va a encontrar, porque dependiendo de si eres adicto o si crees que es para pijos pensarás con símbolos de corazoncitos o de rayos y truenos. Porque hacen sus productos usando el mismo estándar de calidad. Que han construido una imagen de marca.
Y así los Volkswagen son fiabilidad, y los Ferrero Rocher, naturalmente, la expresión del buen gusto. Y sabes que Cerdo agridulce es risas y macizas. No hay que decir mucho porque ya sabes qué vas a obtener.
Y lo mismo pasa, parece ser, con las películas porno:
Uno pensaría que con lo específicos que son los gustos de cada uno y los cientos de fetiches que existen, el potencial espectador de una peli porno en una sala X (siguen existiendo, sí) necesitaría más información que la nacionalidad de la película. Pero se ve que no, porque basta con decir que está producida en Alemania (o en EEUU o en Hungría) para que el espectador sepa. Porque del título poco podrá deducir. ¿Qué habrá sido de aquellos sonoros títulos de películas porno de antaño?
Y así los Volkswagen son fiabilidad, y los Ferrero Rocher, naturalmente, la expresión del buen gusto. Y sabes que Cerdo agridulce es risas y macizas. No hay que decir mucho porque ya sabes qué vas a obtener.
Y lo mismo pasa, parece ser, con las películas porno:
Uno pensaría que con lo específicos que son los gustos de cada uno y los cientos de fetiches que existen, el potencial espectador de una peli porno en una sala X (siguen existiendo, sí) necesitaría más información que la nacionalidad de la película. Pero se ve que no, porque basta con decir que está producida en Alemania (o en EEUU o en Hungría) para que el espectador sepa. Porque del título poco podrá deducir. ¿Qué habrá sido de aquellos sonoros títulos de películas porno de antaño?
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miércoles, enero 12, 2011
Todos somos Jimmy Zambrano
Maneras sutiles de decir: el que importa soy yo y tú sólo eres la guarnición. Guarnición de verduras, ni siquiera patatas fritas.
Jimmy Zambrano, el hombre cuya tipografía es diez veces menor que la de Jorge Celedón. Ya es raro, porque en Google hay 154.000 páginas que hablan de Jimmy y sólo 121.000 que hablan de Jorge.
Yo veo juego sucio, sobre todo si vemos esto:
La misma foto, pero casi igualdad tipográfica. O si vemos esto otro:
Donde de Jimmy Zambrano sólo queda el acordeón y el nombre. O esto otro de aquí:
Donde también ha desaparecido el acordeón. Madre mía, ya son ganas de humillar. Y el pobre Jimmy Zambrano sin quejarse. Por si le quitan también el nombre.
Por eso, huestes del Cerdo Agridulce, os conmino a gritar con orgullo: YO SOY JIMMY ZAMBRANO. Convirtamos a Jimmy Zambrano en una estrella mundial de tal magnitud que su nombre es escriba siempre en Tipografía Celedón +4.
Jimmy Zambrano, el hombre cuya tipografía es diez veces menor que la de Jorge Celedón. Ya es raro, porque en Google hay 154.000 páginas que hablan de Jimmy y sólo 121.000 que hablan de Jorge.
Yo veo juego sucio, sobre todo si vemos esto:
La misma foto, pero casi igualdad tipográfica. O si vemos esto otro:
Donde de Jimmy Zambrano sólo queda el acordeón y el nombre. O esto otro de aquí:
Donde también ha desaparecido el acordeón. Madre mía, ya son ganas de humillar. Y el pobre Jimmy Zambrano sin quejarse. Por si le quitan también el nombre.
Por eso, huestes del Cerdo Agridulce, os conmino a gritar con orgullo: YO SOY JIMMY ZAMBRANO. Convirtamos a Jimmy Zambrano en una estrella mundial de tal magnitud que su nombre es escriba siempre en Tipografía Celedón +4.
lunes, enero 10, 2011
Esto o es una genialidad o un desbarajuste
Ya hemos hablado aquí del Caso Lauki-Lactel, un apasionante ejemplo vivo de cómo cambiar de una marca a otra sin apresurarse. Hicimos el primer post en octubre del 2009. Casi un año después hicimos el segundo post sobre el tema.
Hoy volvemos a la carga. Porque nos hemos dado cuenta de que estamos asistiendo a un momento histórico del que algún día harán un episodio en Mad Men. El típico proceso por el que Philip Kotler cobra una millonada cuando cuenta algo así en una conferencia de esas suyas.
Porque un día paseando por el Supercor o el Carrefour o algún supermercado así nos encontramos, al fin, con esto:
¡Albricias! ¡Proceso completado al fin! Lauki YA se llama Lactel; hemos pasado del futuro incierto al presente presente. Y el envase no es lo peor que hemos visto, qué limpito. Pero habíamos cantado victoria demasiado pronto... Porque unos metros más allá:
¡Repámpanos! ¡Sigue habiendo Lauki que aún no es Lactel pero lo será! ¿Caducada? ¡No! ¿Entonces? No sé. Será que les sobraban bricks antiguos y había que aprovechar. Pero el final de Lauki (como nombre; no le deseamos mal a nadie) estaba cerca, ya boqueaban las vacas, ¿no es cierto? Esa habría sido nuestra reflexión, cuando de repente:
¡Cáspita! ¡Qué ven mis ojos! ¡Una nueva marca! En un envase que parece dividido en tres logos: President, Lactel, Cabra. Que no hay ni tu President de siempre será Lactel ni está claro si es más importante Lactel o el President. Y Lauki ha desaparecido. ¿Es que quieren volver locos a los clientes? Pues tú dirás:
¡Rayos y centellas! ¡Por el martillo de Thor! ¡Por Tutatis! ¡Pero qué demonios!
Hoy volvemos a la carga. Porque nos hemos dado cuenta de que estamos asistiendo a un momento histórico del que algún día harán un episodio en Mad Men. El típico proceso por el que Philip Kotler cobra una millonada cuando cuenta algo así en una conferencia de esas suyas.
Porque un día paseando por el Supercor o el Carrefour o algún supermercado así nos encontramos, al fin, con esto:
¡Albricias! ¡Proceso completado al fin! Lauki YA se llama Lactel; hemos pasado del futuro incierto al presente presente. Y el envase no es lo peor que hemos visto, qué limpito. Pero habíamos cantado victoria demasiado pronto... Porque unos metros más allá:
¡Repámpanos! ¡Sigue habiendo Lauki que aún no es Lactel pero lo será! ¿Caducada? ¡No! ¿Entonces? No sé. Será que les sobraban bricks antiguos y había que aprovechar. Pero el final de Lauki (como nombre; no le deseamos mal a nadie) estaba cerca, ya boqueaban las vacas, ¿no es cierto? Esa habría sido nuestra reflexión, cuando de repente:
¡Cáspita! ¡Qué ven mis ojos! ¡Una nueva marca! En un envase que parece dividido en tres logos: President, Lactel, Cabra. Que no hay ni tu President de siempre será Lactel ni está claro si es más importante Lactel o el President. Y Lauki ha desaparecido. ¿Es que quieren volver locos a los clientes? Pues tú dirás:
¡Rayos y centellas! ¡Por el martillo de Thor! ¡Por Tutatis! ¡Pero qué demonios!
miércoles, enero 05, 2011
Las viejotecas son para el verano
Te crees muy gracioso, ¿eh, Palomares? Muy gracioso. Ves un cartelito por la calle y le haces una foto y le pones dos comentarios y esperas que la gente haga jiji jaja. Pues te voy a decir una cosa, Palomares. De Palomares a Palomares: no tienes ni puta gracia. Así sólo demuestras tu ignorancia suprema de pescado y lo bueno que estás. Como la suprema de pescado, dicho sea de paso.
Y es verdad. Podía haber buscado en la Montaña de Basura y habría entendido qué es una viejoteca. Resulta que se llama en Colombia "viejotecas" a los locales que ponen música antigua. En principio para mayores -lo que ha sido la ancianidad de toda la vida-, pero parece que a la muchachada les gusta vestirse como sus abuelos y escuchar música de abuelos.
¡Vaya tontá! ¿Quién va a querer hacer cosas de abuelos en esta época en la que perrear está socialmente admitido? Diréis. Pues no tenéis ni idea. Querrán todos:
¡Le está tocando una teta! ¡Impunemente! Usted creía que cuando uno iba a bailar el vals y el charleston había poca oportunidad para el roce y el frufrú, pero es que no contaba con la fogosidad de nuestros ancestros. ¡Nos han contado una milonga! Antes en los bailes se metía mucha más mano que ahora, como se ha visto. Tu abuelo te mentía cuando decía que uno se llevaba una alegría cuando veía el tobillo de una chica. Pues mira cómo son los discos que ponen en la viejoteca:
Un día voy a hacer un artículo sobre cosas que tienen fuego detrás, venga o no a cuento. Aquí va otra para que no penséis que he elegido portada a mala idea:
Para no olvidar, desde luego. Como reciente fan del mundo viejoteco, he mirado en el YouTube y no creas que hay gran cosa. Lo que no he hecho es mirar todavía en el PornTube, que a lo mejor hay más. Porque al final la juventud va a lo que va, igual que antes se iba a lo que se iba:
Se ve en los que están justo encima de esta frase. Se va a beber. Se va a amar. Se va a meter la lengua allá donde se pueda. Como en tiempos de nuestros abuelos.
Y es verdad. Podía haber buscado en la Montaña de Basura y habría entendido qué es una viejoteca. Resulta que se llama en Colombia "viejotecas" a los locales que ponen música antigua. En principio para mayores -lo que ha sido la ancianidad de toda la vida-, pero parece que a la muchachada les gusta vestirse como sus abuelos y escuchar música de abuelos.
¡Vaya tontá! ¿Quién va a querer hacer cosas de abuelos en esta época en la que perrear está socialmente admitido? Diréis. Pues no tenéis ni idea. Querrán todos:
¡Le está tocando una teta! ¡Impunemente! Usted creía que cuando uno iba a bailar el vals y el charleston había poca oportunidad para el roce y el frufrú, pero es que no contaba con la fogosidad de nuestros ancestros. ¡Nos han contado una milonga! Antes en los bailes se metía mucha más mano que ahora, como se ha visto. Tu abuelo te mentía cuando decía que uno se llevaba una alegría cuando veía el tobillo de una chica. Pues mira cómo son los discos que ponen en la viejoteca:
Un día voy a hacer un artículo sobre cosas que tienen fuego detrás, venga o no a cuento. Aquí va otra para que no penséis que he elegido portada a mala idea:
Para no olvidar, desde luego. Como reciente fan del mundo viejoteco, he mirado en el YouTube y no creas que hay gran cosa. Lo que no he hecho es mirar todavía en el PornTube, que a lo mejor hay más. Porque al final la juventud va a lo que va, igual que antes se iba a lo que se iba:
Se ve en los que están justo encima de esta frase. Se va a beber. Se va a amar. Se va a meter la lengua allá donde se pueda. Como en tiempos de nuestros abuelos.