Qué triste me ponen las tiendas que cuelgan carteles de liquidación por cierre, con sus enormes descuentos.
De pronto, una tienda que se ve obligada a cerrar porque no es rentable atrae a docenas de personas que entran en ella, muchas por primera vez, curiosean, olisquean en busca de algo. El poderoso búfalo muere y los buitres acudimos a ver si podemos sacar.
Siempre me he preguntado qué pensarán los dependientes, que hace tan sólo unos días estaban mano sobre mano y ahora no dan abasto. Qué pensarán los dueños, que tal vez están enterrando toda una vida. Qué tristeza.
Yo, que soy muy rencoroso, sería incapaz de escribir y colgar un cartel como este que vi el otro día, en el que se mantiene la cabeza alta en lugar de blasfemar. Un cartel en el que se mantiene la apariencia de normalidad, igual que se indicaría un nuevo horario o se hablaría del éxito de un producto:
Público que pide retrasar el cierre de la tienda. Y se pospone el cierre unos días más. Días de amargura y de sueños vendidos al 50%.
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