Después de las cosas que le pasan a Rebeca en las entregas de premios, cualquier acto se convierte en pura rutina sin emoción, todo es un plácido dejar que pase el tiempo.
El viernes pasado estuvimos en el Casino de Alicante (el casino cultural, no el de Las Vegas) porque me entregaban el segundo premio de cuentos del Ayuntamiento de Benferri (el primer premio se lo llevó este cuento de Marcelo Luján). Uno de las cosas curiosas es que el año pasado gané el tercer premio de este mismo certamen (con jurados distintos, no seáis revoltosos). Llegamos a Alicante veinte minutos antes de que comenzara, nos arreglamos (yo no me puse vestido para evitar problemas) y nos plantamos en el Casino.
La sala en la que se entregaba el premio era al mismo tiempo el sitio donde se exponían algunos cuadros. Había de dos tipos: formas abstractas que recordaban vagamente a protozoos (repetidas en diversos colores) y cuadros con barcas al sol. La sala no era muy grande, así que se llenó rápido. Nos sentamos en la segunda fila para poder salir rápido a por el premio. De repente veo algo que me extraña:
-Oye, Rebeca, ese señor de ahí… ¿Me lo parece a mí, o lleva un túper en la mano?
Luego había cóctel con catering, y en este tipo de eventos la competencia por conseguir las croquetas es feroz, pero esto me parece que es pasarse tres pueblos.
El caso es que empieza el acto. En la mesa del escenario están el organizador del concurso, Joaquín Botella, el alcalde del ayuntamiento que lo patrocina, Luis Vicente Mateo, la conferenciante, Blanca Andreu, y el que presenta a la conferenciante, José Luis Ferris. Se presenta la revista literaria en la que está publicado mi relato y casi sin transición me llaman al estrado para recibir el premio. Hay un silencio extraño que se rompe, cuando, ya algunos segundos encima del escenario, Blanca Andreu rompe a aplaudir, y la sala se le une. Digo unas palabras (cangrejo, sol, patata, anacoluto) que no tienen mayor interés, creedme, y me siento. Luego se repite el proceso con el ganador del primer premio, Marcelo Luján, pero a él le aplauden desde el principio.
El caso es que empieza el acto. En la mesa del escenario están el organizador del concurso, Joaquín Botella, el alcalde del ayuntamiento que lo patrocina, Luis Vicente Mateo, la conferenciante, Blanca Andreu, y el que presenta a la conferenciante, José Luis Ferris. Se presenta la revista literaria en la que está publicado mi relato y casi sin transición me llaman al estrado para recibir el premio. Hay un silencio extraño que se rompe, cuando, ya algunos segundos encima del escenario, Blanca Andreu rompe a aplaudir, y la sala se le une. Digo unas palabras (cangrejo, sol, patata, anacoluto) que no tienen mayor interés, creedme, y me siento. Luego se repite el proceso con el ganador del primer premio, Marcelo Luján, pero a él le aplauden desde el principio.
Foto cortesía de Marcelo Luján. Marcelo, el alcalde de Benferri y yo.
Yo soy el guapo de los tres. Al fondo se ven los cuadros.
Yo soy el guapo de los tres. Al fondo se ven los cuadros.
Comienza la conferencia tras la introducción, larga y hermosa, de José Luis Ferris. Blanca Andreu habla de la belleza, del poder creador de la palabra. Habla de una leyenda árabe sobre el poder creador del hombre, habla de las nubes, habla de que los poetas son considerados profetas menores. Y en mitad de nuestro silencio atento y sepulcral, suena un móvil con esta música:
Miro a Rebeca, y ella a mí. Sí, también lo ha oído, no estoy loco. Nos hacemos todos los despistados, como si no hubiéramos oído nada. Sigue la conferencia. De pronto suena un reggaeton desde el piso de abajo a toda hostia, durante cuatro segundos. Y se para. Y vuelve a sonar otros cuatro segundos. Y se para. Y suena otros tres segundos. Y se para. Como si abajo estuvieran jugando al juego de la silla. Y ya no se escucha más, ha sido un juego corto de calentamiento. Sigue la conferencia como si nadie se diera cuenta. Nosotros los intelectuales no nos perdemos en trivialidades. El año pasado también ocurrió algo así en el acto de entrega del premio –en Orihuela-: la conferenciante, Lourdes Ortiz, estaba en mitad de su conferencia y empezó a oler a quemado, y venga a hacerse todos los despistados, y olía y olía a quemado hasta que ya dio la sensación de que iban a llamar a la puerta e iban a ser los bomberos. Así que la conferencia se interrumpió un minuto para comprobar si teníamos que buscar la salida de emergencia o no, y resultó que no: sólo eran unos papeles que se estaban quemando en una papelera (kale borroka gafapástica, probablemente era algo de Bukowski).
En fin, terminó la conferencia, aplausos y nos vamos al cóctel. Como nosotros somos ya expertos en estos saraos, nos colocamos estratégicamente, protegidos por una columna y a cuatro metros y medio exactos de la salida de los canapés. Bingo. Nosotros somos unos bordes de cuidado, pero nos hacemos amiguitos de una de las camareras y cada vez que sale viene a nosotros, nos aconseja qué comer y qué no, si soplar o no y cuando va de vuelta pasa por nuestro lado y nos trae los restos para que rebañemos. Desde esta tribuna privilegiada, gracias, simpática. Mientras van y vienen las bandejas con croquetas, boquerones en tempura, torta del casar, crema de verduras, pinchos de pollo y otras estupendas viandas, nosotros nos damos al vino con entusiasmo. Y se acaba el catering y nosotros, que estamos agotados, aprovechamos la confusión reinante para irnos al hotel. Fin del acto de entrega del premio.
Ya decía yo que no era muy emocionante. Pero el final tiene su moraleja, paciencia. El caso es que al llegar al hotel decidimos tomarnos una última copa, y nos fuimos para el bar. No era muy tarde, pero no había prácticamente nadie. Dos camareras, cinco o seis personas en el salón y un pianista parecido a Ray Charles.
Era como estar viendo una película mala, excepto que nadie fumaba y yo no llevaba gabardina. El hombre estaba tocando ahí sus piezas y nadie le hacía nada de caso. Tampoco es que fuera Oscar Peterson, las cosas como son, pero vamos, no lo hacía mal. Estándar. Mientras él tocaba, la televisión del bar estaba puesta, canal MTV, con el sonido quitado, y era marcianísimo porque a veces parecía que Britney Spears se movía al ritmo de los clásicos de Gershwin que tocaba el Ray Charles del hotel. Acaba una canción y suena un aplauso, plas, plas, plas. Un aplauso de un solo hombre que se sostiene durante unos segundos: un tipo que está sentado tomándose un algo y que aplaude al pianista. Y el pianista sonríe y toca otra canción. Y el tipo le vuelve a aplaudir (nadie más lo hace). Y yo pienso que la escena es ridícula, una sola persona aplaudiendo a un pianista, casi como si tocara exclusivamente para él. Y me pregunto si el pianista pensará que el tipo se está cachondeando de él; es más, a mí me molesta que le aplauda porque me parece que se está burlando del pobre pianista. Pero no: cuando acaba otra el hombre se levanta y va hacia el piano y habla con el intérprete y a los dos se les ve contentos. Satisfechos.
Y comparo ese aplauso sincero con el cortés que me han brindado unas horas antes y creo que prefiero ese aplauso de un solo hombre, que resulta un premio honesto para una actuación honesta, ni obligado por la educación ni porque es lo que se espera. Un aplauso motivado por el entusiasmo. O al menos el aprecio de la interpretación, tampoco nos pasemos. Imagino que Ray Charles fue feliz porque había alguien que aplaudía su arte cuando la costumbre es la pura indiferencia, igual que yo soy feliz cuando un desconocido se toma la molestia de escribirme para decirme que le ha gustado mucho Fuco Lois (hay quien lo hace, sí); es un aplauso de un solo hombre, pero para mí es como si todo un pabellón se viniera abajo, porque siento que el esfuerzo ha merecido la pena (me voy deslizando hacia el discurso de las folclóricas rápidamente). No por una cuestión de vanidad, no es eso, sino porque el trabajo de pronto cobra sentido.Y lo mismo me pasa cuando hay comentarios en este humilde blog. Que parece que el esfuerzo merece la pena. Y que… Bueno, que gracias.
Perdonad, que se me ha metido algo en el ojo.
13 comentarios:
Últimamente estamos todos de un sentimental que da asquito.
Lo que no puede ser de ninguna manera es que nos dejes sin saber qué pasó con el tipo del tupper. Ya me hago cargo de que durante el pincheo estábais a lo que estábais, pero... ¿cómo se las arreglaría el tío para llevárselo lleno? ¿Lo haría con disimulo, o con todo el morro?
Queremos saber.
Lo del moñismo e spor la Navidad y los anuncios de Ferrero Rocher y Mon Cheri, que al final te van calando.
Del tipo del túper no volvimos a saber nada, yo estuve atento pero se desvaneció como un maestro ninja, tirando una croqueta al suelo para que explotara y huyó aprovechando el desconcierto. Yo creo que tenía el túper ya lleno antes de entrar en la ceremonia.
Ah, que dice el pianista que llevo dentro que gracias por tu comentario. menos mal que estás tú por aquí, porque como dependiera del resto de lectores de este blog... Mira que sois chungos, ¿que no?
Muy buena la reseña. Gracias por citar las fuentes como corresponde. Saludos.
PD: Qué risa. Aunque no mío, sé de quién era ese móvil sonador e inoportuno.
Con vosotros a palabra enhorabuena casi pierde su significado... de tanto usarla. Lo de los bomberos a punto de derribar la puerta es muy bueno.
Ya tengo foto de Fran Perea.
Carmona Dixit.
...LA palabra...
C.D.
¡Hurra!
¡Mándamelo y lo llevamos a todo trapo a la portada!
Bueno, menudo fiestuqui cultural :)
Perdona guapo, pero todo el día esperando a ver por que cxxx no metia usted o su señora una reseña, y me han dado las 12 de la noche.
Como premio de consolación al segundo clasificado os ha tocado un fantástico triciclo de Imaginarium, pueden pasar a recogerlo cuando quieran.
Eh, ¿y qué pinta el hombre del túper del principio? ¿Era el mismo que aplaudía luego? ¿O se disfrazó de pianista?
Ah, no, ya sé, ¡eras tú!
POR FAVOR DECIDME CUAL ES EL DICHOSO POLITONO QUE SONÓ EN EL EVENTO, QUÉ ESTOY EN EL CURRO Y AQUÍ NO LO PUEDO ESCUCHAR. NO PUEDO CON LA CURIOSIDAD, ME VA A DAR ALGO, AAAARGH¡¡ME DIO.
The Benny Hill Show.
Lo bonito hubiese sido que el tío del túper le hubiese llevado una provisión de canapés a Ray Charles y al final estos hubiesen compartido el botín con el tío que aplaudía.
GRACIAS¡¡¡¡
joer, pues yo pensaba que el del túper era el que aplaudía al pianista
y una petición ¿y si nos pones un enlace a tu cuento premiado?
Publicar un comentario