Las relaciones entre Literatura y realidad son estrechas y no siempre fáciles. Tendemos a decir eso de que la realidad supera a la ficción, y sabemos que en muchas ocasiones la ficción es inspirada por los acontecimientos reales. Por eso es más bonito cuando sucede al revés y es la realidad la que se inspira en la ficción. Por ejemplo, en el pueblo de mi cuñada, un pueblecito abulense donde se homenajea sin pudor los Cien años de soledad:
Al igual que en la novela de García Márquez los habitantes de Macondo perdían la memoria y recurrían al astuto truco de poner carteles a todos los objetos para poder recordar su función (Esto es una vaca, da leche, hay que ordeñarla todos los días), en
Serranillos alguien entiende que es necesario especificar que una puerta es una puerta. Al contrario que en la famosa
ilustración de Magritte, esto sí es una puerta. Bueno, vosotros ya sospechábais que era una puerta, así que igual esconde algún juego intelectual oculto cuyas sutilezas no captamos. Cuando yo era niño (el Abuelo Cebolleta contraataca) en el pueblo de mi padre había una vecina que siempre me decía:
Hijo mío, no leas tanto, que los que leen tanto se vuelven tontos. No le faltaba razón a la señora, vistas las consecuencias, pero a lo que iba es que yo siempre pensé que era un caso obvio de desprecio a la cultura y ahora sospecho que no, que la señora hablaba en clave y estaba haciendo referencia al Quijote: ya sabéis, que se volvió loco de tanto leer novelas. Ella quería que yo le contestara con algo de Raymond Carver y yo no me daba cuenta. O algo.
O puede que la cosa de la puerta sea nada más un sentido homenaje a García Márquez, son cosas que pasan en los pueblos. Como ocurría en el de
Amanece que no es poco, en el que el escritor argentino terminaba su novela y zas, resultaba que era un plagio de una obra de Faulkner. Y claro, le pillaban, como explicaba el maestro: "Pero hombre de Dios, cómo se le ocurre plagiar a Faulkner, con la veneración por Faulkner que hay en este pueblo".