Yo estaba ya determinado a no ver El Mentalista, porque me estaba mosqueando la abrumadora promoción que le estaba haciendo La Sexta. Pero soy débil de voluntad (tomad nota, supermodelos brasileñas), así que el jueves allí estaba viendo dos capítulos de la serie Número 1 en USA (yo no sé las veces que he visto esto de Número 1 en USA, o que lo he empleado yo mismo para vender algo). Y, oye, la serie está bien, aunque no sé si tanto como para merecer un primer puesto.
Bien construida, bien producida y bien interpretada (el rubio protagonista de los rizos ya me gustaba de una serie llamada
El guardián que veía a salto de mata en Telemadrid), El Mentalista es la historia de un hombre con acentuadas capacidades de observación que tiempo atrás se ganó la vida como falso mentalista, y ahora ayuda a la policía como asesor. Más o menos el reverso tenebroso de
Psych, la serie en la que un tipo con acentuadas capacidades de observación ayuda a la policía haciéndose pasar por vidente.
Pero donde Psych hacía aguas por su búsqueda de la comedia más chusca, El Mentalista propone un enfoque mucho más clásico. A lo mejor hasta demasiado clásico. Tenemos al protagonista, que es guapo e inteligente, a la coprotagonista, que es guapa y escéptica (ya se huele aquí la Tensión Sexual No Resuelta, ¿eh?), un par de ayudantes que parecen torpones y una policía novata que está para tomar pan y moja (no pongo fotos que esto no es el Playboy, aquí se leen de verdad los articulos; espero, vamos. Pero bueh, mirad
aquí). Hay un misterio insoluble, los policías van en la dirección incorrecta, pero el Mentalista, gracias a sus poderes de observación, resuelve el caso (tiene pinta de que la estructura va a ser así ad nauseam).
El Mentalista, así, no deja de ser una nueva revisión del mito de Sherlock Holmes, con un hombre con una capacidad de análisis abrumadora, que es insufrible en muchos aspectos de su vida personal pero un genio profesionalmente hablando. Como House, sí, eso es. La diferencia fundamental es que el Menatlista es un Holmes tramposo, muy tramposo.
Porque no tengo ni puta idea de manejar el Photoshop, que si no le ponía a este una pipa, una gorra, una lupa, un violín y al doctor Watson y diríais: "¡Oh, si es Sherlock Holmes!" No porque no respete la legalidad (en un episodio hipnotiza a una chica, por ejemplo, para espanto de su recta compañera), sino porque no explica el razonamiento que lleva a sus deducciones. Como en el
chiste de Gila sobre Jack el Destripador (minuto 5): "Esto ha sido Jack el Destripador... ¿Y cómo lo sabe? ¡Porque soy Sherlock Holmes y a callar todo el mundo!". Y eso es trampa. En la serie juegan a una extraña ambigüedad sobre si tiene poderes o no; extraña porque sólo un personaje parece creer que los tiene, y el mismo Mentalista niega poseer algo más que una afilada inteligencia. Pero cuando llega el momento de explicar los cimientos de sus deducciones el tipo calla, supongo que para comodidad de los guionistas, que no tienen que darle muchas vueltas, sólo inventar revelaciones impactantes ("Su padre era entrenador de fútbol", "El asesino vestía completamente de azul"), y ni siquiera cuando tienen el trabajo hecho se molestan (por ejemplo, en un calco-homenaje de
La carta robada, escena en la que el Mentalista gana una y otra vez al Piedra-papel-tijera).
Así las cosas, da la impresión que el Mentalista se va a convertir en una tediosa repetición de esquemas y revelaciones (tal y como tuvo el peligro de sufrir House). Pero mientras llega ese momento en que nos aburramos de lo listo que es o podamos prever cada una de las reacciones de los personajes seguiremos viéndolo. Con menos se hacía
Se ha escrito un crimen, y bien que nos lo tragábamos tan contentos.