Estábamos nosotros en Albendiego, un pueblecito de Guadalajara, respirando el aire fresco de agosto en aquella zona, cuando empezamos a oír que la noche siguiente había actuación en el pueblo, que estaba en fiestas. Teniendo en cuenta que el pueblo tiene unos treinta habitantes -creo que me paso por lo alto-, era como para tener miedo, pero los paisanos estaban realmente emocionados: ¡Que viene la Vane!, nos decían. Mañana por la noche, la Vane, nos decían. Esto es una tradición de las fiestas del pueblo, la actuación estelar de la Vane, nos decían, aunque no con estas palabras porque casi nadie dice estelar en estos tiempos.
De inmediato a mí se me representó una imagen mental de la Vane. Cómo sería para que tuviera a todo el pueblo así de alborotado:
Pero la verdad es que las cantantes de orquesta-charanga que van a los pueblos no están tan buenas, son más bien del estilo jamonar, rizos rubios teñidos, tres tallas menos de toda la ropa y tres tallas más de cuerpo, en fin, no disimulen que saben de qué estoy hablando. Cuál fue nuestra sorpresa cuando al día siguiente nos encontramos el pueblo totalmente empapelado con estos carteles (bueno, había tres carteles):
Yo, honestamente, fue verlo y acordarme de ustedes: pedazo artículo para el Cerdo Agridulce, pensé. Fíjense qué cartel, qué pose, qué texto, qué foto, qué nombre, qué sé yo. Hice un plan: fotos de la Vane en plena actuación, tal vez un vídeo. Fotos de los desalmados padres que la llevaban de pueblo en pueblo en actuaciones que comenzaban a las diez de la noche. ¡Vaya horas para una niña! Por no hablar del hecho de vestirla así, claro. Cuando llegara a Madrid tendría que googlear a la Vane, a ver si había salido de Lluvia de estrellas o de Menudo es mi niño o algo así y era famosa para todo el mundo menos para mí. Y ya empecé a escribir mentalmente el artículo, porque aunque ustedes se crean que yo estas tonterías las escribo en diez minutos antes de acostarme, se equivocan, aquí hay un sufrido trabajo de campo y mucha elaboración mental. Y estaba yo pensando en el enfoque que tendría el artículo, que constaría de varios comentarios jocosos sobre el cartel -impagable la descripción de "más alta que Joselito"- y luego una reflexión sobre qué estamos haciendo con nuestros hijos, el poder de la televisión, la supervivencia de Bertín Osborne, bueno, esas cosas.
Pasó el día mientras yo iba pergeñando el artículo y llegó la noche. Y con la noche, el desastre. Era todo mentira. No había niña. Tampoco había jamona que cantara las canciones pachangueras de estas de pueblo en fiestas. Había, en cambio, una chica de treinta años que cantaba playbacks de las coplas señeras, y con mucho movimiento de la bata de cola se movía en el escenario exagerando cada verso. Aquí la prueba, acompañada de un maromo para Tatuaje:
Pasó el día mientras yo iba pergeñando el artículo y llegó la noche. Y con la noche, el desastre. Era todo mentira. No había niña. Tampoco había jamona que cantara las canciones pachangueras de estas de pueblo en fiestas. Había, en cambio, una chica de treinta años que cantaba playbacks de las coplas señeras, y con mucho movimiento de la bata de cola se movía en el escenario exagerando cada verso. Aquí la prueba, acompañada de un maromo para Tatuaje:
Y poco más. Mi gozo en un pozo, el artículo deshecho de principio a fin por la crueldad de los del pueblo -cuántas molestias para engañar a cuatro forasteros, como sean tan concienzudos con todo conquistan el mundo-, veinte coplas sobreactuadas ante la indiferencia de los vecinos, que tampoco es que bailasen mucho ni nada, la que podía haber sido una estrella de la canción -la Vane de seis años- pura y malévola fantasía de los organizadores.
Pero, ¿y si mantenía la última parte en la ignorancia? Pensadlo, el artículo está casi escrito, hay un cartel, qué más pruebas quieren. ¿Quién iba a pillarme? Nadie del pueblo va a leer el Cerdo agridulce. O puedo decir que yo me acosté pronto, ¿cómo iba a a imaginar que la niña no era niña sino señora, que la grasia mi arma, ele, no era tal sino alguna especie de broma privada que nadie que no fuera del pueblo podía entender? ¿Tenía derecho la realidad a estropearme un artículo estupendo? Si en los periódicos de verdad lo hacen, ¿por qué no yo?
Y nada, al final, ya lo veis, decidí no escribir ese artículo y en cambio contar lo que sucedió de verdad. Luego, por la mañana, aprovechando que estaban todos de resaca, degollé a todos los habitantes y reduje el pueblo a cenizas. Pero eso es ya es otra historia.
Pero, ¿y si mantenía la última parte en la ignorancia? Pensadlo, el artículo está casi escrito, hay un cartel, qué más pruebas quieren. ¿Quién iba a pillarme? Nadie del pueblo va a leer el Cerdo agridulce. O puedo decir que yo me acosté pronto, ¿cómo iba a a imaginar que la niña no era niña sino señora, que la grasia mi arma, ele, no era tal sino alguna especie de broma privada que nadie que no fuera del pueblo podía entender? ¿Tenía derecho la realidad a estropearme un artículo estupendo? Si en los periódicos de verdad lo hacen, ¿por qué no yo?
Y nada, al final, ya lo veis, decidí no escribir ese artículo y en cambio contar lo que sucedió de verdad. Luego, por la mañana, aprovechando que estaban todos de resaca, degollé a todos los habitantes y reduje el pueblo a cenizas. Pero eso es ya es otra historia.