Ya saben ustedes, a poco que visiten este humilde blog, que me acaban de entregar el Premio Viña Alta Río-Café Bretón en Logroño, en una ceremonia muy poco ceremoniosa -cosa que yo agradezco-. El caso es que el premio está muy bien, y no sólo por su dotación económica, que no me permitirá comprar un piso pero sí arreglar algunas cosas del mío, sino porque premia algo que no es usual por estos pagos: los libros de relatos.
Por alguna razón que se me escapa, los concursos literarios de narrativa se dividen, en su gran mayoría, entre los de novela, que son los que cortan el bacalao en cuanto a dinero, y los de cuento individual, mucho más numerosos y generalmente más modestos -cuentos de ocho, diez, quince páginas como máximo-. A los que escribimos cuentos regularmente nos resulta difícil encontrar concursos que premien el hábitat natural de los cuentos, su única posibilidad real de salir a la luz y llegar a un número razonable de lectores: la recopilación. Está el NH, que edita el libro y los regala a sus clientes, el Alfonso Grosso -el año pasado resulté segundo accésit-, el Cortes de Cádiz y dos o tres más, entre los que destaca por méritos propios el que me han dado este año: el Viña Alta Río-Café Bretón, que incluye la edición del libro -he visto los de años anteriores y están realmente bien editados.
El premio levanta bastante revuelo mediático, sobre todo en Logroño, claro. Y resulta muy agradable que lo haga, no tanto por razones egoístas, sino porque parece que un acto cultural que roza la marginalidad se abre paso a la luz pública; el sábado fui literalmente rodeado por periodistas que me asaltaron a preguntas -como Beckham, pero sin sus tatuajes, su dinero, su gorro de lana sobre las cejas, su chica maniquí al lado y con treinta y cinco kilos más-, cosa que a un tímido recalcitrante como yo podría haberle resultado incomodísimo (y sin embargo lo manejé con mucho aplomo, para mi sorpresa). Mucho flash, preguntas cruzadas, grabadoras en mano. Sólo faltaba el tío ese feo de Aquí hay tomate.
Y en mitad de este barullo uno de estos periodistas me hizo la pregunta que titula este blog: ¿Te sientes hoy más importante?
Pues no, no me sentía más importante. Vale, era como ser la reina del baile, me faltaba una banda y la coronita, princesa por un día, los diez minutos de fama de Warhol, todo eso. Pero no me sentía más importante. Y se lo decía al periodista: "No, importante no, estoy orgulloso y satisfecho, nada más", pero el tipo insistía: "¿Pero no te sientes más importante?"
No sé si una de las razones de que la gente se sienta alejada de la cultura, de la literatura, del arte, de todas esas palabras que hay que poner en mayúsculas y que me niego a hacer, es que les damos una relevancia que no merecen, que les ponemos en un pedestal, que las convertimos en intocables. Que escribimos Literatura, algo serio, cuidado, amigo, no mancille la palabra, y que somos Importantes porque nos han dado un premio, nos publican, nos agasajan, nos dan tres copas de vino para brindar. Que nos ponemos chaqueta y corbata para escribir, como decía Cortázar.
Igual ha llegado el momento de que convirtamos estas cosas tan serias, tan culturales, en algo divertido, en una reunión de amigos. La ceremonia del Café Bretón fue eso esencialmente: un acto de normalización de la cultura, un llevar las cosas de manera natural, no como si de cada Palabra que Pronunciamos Dependiera el Destino del Universo.
Por alguna razón que se me escapa, los concursos literarios de narrativa se dividen, en su gran mayoría, entre los de novela, que son los que cortan el bacalao en cuanto a dinero, y los de cuento individual, mucho más numerosos y generalmente más modestos -cuentos de ocho, diez, quince páginas como máximo-. A los que escribimos cuentos regularmente nos resulta difícil encontrar concursos que premien el hábitat natural de los cuentos, su única posibilidad real de salir a la luz y llegar a un número razonable de lectores: la recopilación. Está el NH, que edita el libro y los regala a sus clientes, el Alfonso Grosso -el año pasado resulté segundo accésit-, el Cortes de Cádiz y dos o tres más, entre los que destaca por méritos propios el que me han dado este año: el Viña Alta Río-Café Bretón, que incluye la edición del libro -he visto los de años anteriores y están realmente bien editados.
El premio levanta bastante revuelo mediático, sobre todo en Logroño, claro. Y resulta muy agradable que lo haga, no tanto por razones egoístas, sino porque parece que un acto cultural que roza la marginalidad se abre paso a la luz pública; el sábado fui literalmente rodeado por periodistas que me asaltaron a preguntas -como Beckham, pero sin sus tatuajes, su dinero, su gorro de lana sobre las cejas, su chica maniquí al lado y con treinta y cinco kilos más-, cosa que a un tímido recalcitrante como yo podría haberle resultado incomodísimo (y sin embargo lo manejé con mucho aplomo, para mi sorpresa). Mucho flash, preguntas cruzadas, grabadoras en mano. Sólo faltaba el tío ese feo de Aquí hay tomate.
Y en mitad de este barullo uno de estos periodistas me hizo la pregunta que titula este blog: ¿Te sientes hoy más importante?
Pues no, no me sentía más importante. Vale, era como ser la reina del baile, me faltaba una banda y la coronita, princesa por un día, los diez minutos de fama de Warhol, todo eso. Pero no me sentía más importante. Y se lo decía al periodista: "No, importante no, estoy orgulloso y satisfecho, nada más", pero el tipo insistía: "¿Pero no te sientes más importante?"
No sé si una de las razones de que la gente se sienta alejada de la cultura, de la literatura, del arte, de todas esas palabras que hay que poner en mayúsculas y que me niego a hacer, es que les damos una relevancia que no merecen, que les ponemos en un pedestal, que las convertimos en intocables. Que escribimos Literatura, algo serio, cuidado, amigo, no mancille la palabra, y que somos Importantes porque nos han dado un premio, nos publican, nos agasajan, nos dan tres copas de vino para brindar. Que nos ponemos chaqueta y corbata para escribir, como decía Cortázar.
Igual ha llegado el momento de que convirtamos estas cosas tan serias, tan culturales, en algo divertido, en una reunión de amigos. La ceremonia del Café Bretón fue eso esencialmente: un acto de normalización de la cultura, un llevar las cosas de manera natural, no como si de cada Palabra que Pronunciamos Dependiera el Destino del Universo.
4 comentarios:
Y realmente fue así. También fue una experiencia agradable, una copa y una charla distendida con gente a la que no conocíamos de nada pero que nos abrieron las puertas como si fuésemos amigos de toda la vida. Y sí, se habló de literatura (escrita con minúsculas), de poesía, de arte pero también de niños, de trabajo y de la vida en general.
qué bonito, pareja :)
enhorabuena, de verdad.
Pues tb. me uno a la enhorabuena.
¿no se hace raro hablar de cosas "personales" con desconocidos o los temas iban saliendo solos? ¿natural y espontáneamente?
Sí, fue muy espontánea. Al final acabas hablando de los temas comunes, te dejas arrastar por la conversación. Eso cuando estás a gusto, claro.
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