viernes, mayo 21, 2010

Ich bin ein Berliner!

Parece ser que esta famosa frase la dijo el Presidente Kennedy hace la torta de años en su primera visita a Berlín y, estoy segura de que no la pronunció por las mismas razones que yo. Kennedy hablaba entonces, en plena Guerra Fría, de solidaridad. Hoy yo hablo de envidia. Y es que es bastante difícil, incluso para una vallecana de pura casta como yo, no querer ser berlinesa en el momento en el que uno pone el pie en esa maravillosa ciudad. En su aeropuerto, en cambio, no. Pero nos han dicho que están a punto de inaugurar uno nuevo, así que nos veremos obligados (sí, sí, alguien tendrá que hacerlo) a regresar en breve para ver si el nuevo aeropuerto está a la altura.


Parece la sede de AutoRes, pero ¡eh!, una sede de AutoRes con Wifi.


Mientras tanto me conformaré con hacer una lista (con ningún propósito concreto más que el de satisfacer mi necesidad vital de hacer listas, que es mucha) sobre todas las cosas de Berlín que me han dado una envidia terrible.


1.- Las bicicletas: Parece que ahora se ha puesto de moda en nuestro país apostar por este medio de transporte, pero cuando uno sale fuera de España se da cuenta de que lo que realmente están haciendo nuestros ayuntamientos es tirando a poco, tirando a nada o, peor aún, tirando a tomarnos el pelo. Sólo visitando una ciudad como Berlín te das cuenta de lo que significa realmente apostar por las bicis como un medio real de transporte con la misma presencia, derechos, obligaciones, etc. que los automóviles. He leído por ahí que en Berlín más del 10% de las calles cuenta con carril bici y semáforos adaptados a los ciclistas, pero la presencia de mensajeros, oficinistas, padres con críos es constante en casi cualquier rincón y nadie parece temer por su integridad física. Conclusión: envidia por la ausencia de atascos, malos modos, malos humos, segundas filas y por la facilidad con la que puedes encontrar aparcamiento fácilmente hasta en el mismo centro de la ciudad. Y también envidia por la posibilidad de llevar una de esas bicis tan monas que arrastran un remolque con un bebé sin preocuparse de quedarse sin descendencia o de que una caravana de transportistas y taxistas te llamen cosas un poquito más fuertes que mala madre.


Imaginaos una de estas subiendo por la calle Alcalá en plena hora punta.


2.- Los tranvías: Como los autobuses pero más silenciosos, más rápidos y menos contaminantes. De la calidad de sus carteristas no puedo hablar porque no fui galardonada. En general, el transporte público en Berlín nos pareció caro (nada envidiable en ese punto aunque, como siga la Espe así, nos ponemos al día rápido), pero a cambio, el servicio es organizado, puntual, impecable y ¡nocturno! Me dio envidia que en casi todas las paradas se pudiera consultar recorridos, horarios, transbordos a través de realidad aumentada. Otra cosa que me dio envidia (y también vergüenza ajena por la parte que me toca) es la ausencia de torniquetes, revisores y otros métodos de control para evitar que la gente se cuele en el metro, en el autobús o en el citado tranvía. Es decir, envidia por no ser tratada como una caradura que se va a colar a la mínima de cambio y envidia de que la gente que me rodeaba fuera tan cívica.


3.- El no ruido: Es especialmente duro aterrizar en Madrid, salir de la T4, ser recibida por un clamor de pitidos (para nada relacionado con lo bien que te sientan tus pantalones nuevos) y, sobre todo, darte cuenta de que llevas cuatro días sin escuchar ninguno. Y no sólo eso, es la contaminación acústica en general. Dicen que España es uno de los países más ruidosos del planeta, pero no te das cuenta del problema hasta que no pasas unos días fuera y compruebas en persona que se pueden tener conversaciones en una calle principal sin necesidad de gritar al otro.


4.- Las terrazas: Por todas partes, en cualquier esquina, en cualquier lugar. Supongo que debe ser una consecuencia directa de la prohibición de fumar en lugares públicos. Sin embargo, eso no es lo que me dio envidia. No, no. ¡Qué va! Lo que es envidiable es que ninguna de estas terrazas luce mesas sucias de plástico con el logotipo de Mahou impreso y un dispensador horrible de palillos. A cambio, se decoran con el mismo mimo que el interior de los locales y nadie piensa que el jarrón de flores frescas que adorna cada mesa va a volar en cuanto te des la vuelta, cosa que en España sí pasaría incluso si en vez de un jarrón precioso de flores frescas fuera un servilletero andrajoso con el logotipo de Mahou. También me causa envidia sus horarios de apertura. Amplísimos. Abiertas desde primera hora para servirte el desayuno o hasta bien entrada la noche para servirte una cena con una copa, organizado todo con dos turnos de personal. Como si los dueños hubieran trazado un maligno plan (atención: una ironía de grado ocho se ha colado en este artículo) para sacar el máximo rendimiento a sus negocios y ya de paso, fomentar el empleo.


Vale sí, esta terraza está en Madrid, pero es la del Ritz.


5.- El río Spree: Y vosotros diréis, Rebeca, tú tienes el Manzanares. Mentira. Ni yo ni ningún madrileño tenemos el Manzanares. Ni yo ni nadie puede navegar por el Manzanares, pasear junto al Manzanares, disfrutar de una terraza junto al Manzanares, mirar al Manzanares sin fruncir el ceño, respirar junto al Manzanares, bla, bla, bla.


6.- La grandiosidad de la ciudad: Y es que yo no sé vosotros pero a mí me parece que muchas ciudades españolas están construidas con avaricia, como si diera miedo desperdiciar el espacio en algo tan poco productivo económicamente como las calles en sí. El resultado son aceras estrechas, vías en las que es casi imposible aparcar en ambos lados o salir del garaje sin maniobrar con un coche familiar, avenidas atascadas constantemente y expertos en urbanismo intentando acoplar los prometidos carriles bici donde sea, incluso a costa de reducir la ya reducida acera a la mitad o cosas peores aún:



Nos pateamos Berlín de arriba abajo durante cuatro días (mis muslos nunca te lo agradecerán lo suficiente, Fer) y visitamos hasta el último rincón y nunca tuve esa sensación de agobio. Pero, todavía hay más. Caminar por la avenida Unter den linden de Berlín sin abrir la boca constantemente es imposible. La concentración de edificios impresionantes, espacios increíblemente amplios, la Puerta de Brandemburgo en el horizonte configuran la majestuosidad de un escenario hecho para epatar al caminante.


7.- El Brunch: Los habituales de este blog sabéis de sobra que somos defensores del brunch a muerte, hábito importado de Estados Unidos que se puede adoptar en Madrid en varios y estupendos sitios... pero es que en Berlín ¡se puede hacer en todos los sitios! Y a un precio realmente bajo, algo más envidiable aún: por nueve euros puedes disfrutar de un buffet con una amplia selección de platos calientes y fríos. En general, comer en Berlín nos ha parecido bastante más barato de lo que esperábamos y más aún, si tenemos en cuenta que se trata de la capital de un país con una media de sueldos muy por encima de los españoles.


8.- El estilo de los berlineses: Y, sobre todo, el NO a la uniformidad Tantos estilos y tan dispares que ni siquiera me atrevería a clasificarlos en categorías cerradas como punks, heavies, románticos, etc. Individualización, libertad creativa y respeto. Sin que eso levante miradas de estupefacción en el metro. Sin herir suceptibilidades. Conclusión: envidia por el color, la variedad y la ausencia del sentido del rídiculo, algo que parece que a los españoles nos cuesta bastante conseguir.


9.- Las currywurst: Yummmmmmmmmm.


Sin embargo y a pesar de todas estas cosas maravillosas que he dicho aquí de Berlín, hubo momentos paseando por la ciudad en los que sentí una tristeza infinita y creo que no necesito recordaros las terribles cosas que se han vivido allí. Acontecimientos que los berlineses no sólo no esconden avergonzados, sino que sacan a la calle para que nadie olvide lo que un ser humano puede llegar a hacerle a otro. Para que no se vuelva a repetir. Y ese es, sin duda, el último punto de esta lista. El más envidiable. Y el más horrible también.







7 comentarios:

elzo dijo...

Qué envidia. Yo no he estado nunca fuera.

Pedro dijo...

He aquí otro enamorado de Berlín.

Sólo he estado una vez (cuatro días), pero tengo que volver.

Añadiría a tu lista, Rebeca, la calidad y buen precio de las cervezas.

Alberto Ramos dijo...

Igualmente. Sólo he estado una vez (en 1998) y el mes que viene tengo planeado volver.

Gracias por refrescarme la memoria (aunque lo recordaba casi todo, menos lo de la realidad aumentada, que no existía).

Unknown dijo...

Me encanta que hayas hablado del espíritu de la ciudad, y no de los monumentos. La próxima vez que quedemos te cuento acerca la noche. O, si no está tu estómago para esos trotes, de la arquitectura de embajadas y museos-toda una colección de joyas encargadas a los más prestigiosos arquitectos-. Así fue mi estancia: por el día, edificios. Por la noche, todo oscuro con tendencia al negro!

Hans dijo...

Me ha gustado la entrada. De hecho, mi penúltima entrada tenía el mismo título. ¿Por qué será que todos hemos vuelto a Berlín ultimamente?

Carmona Dixit dijo...

¡Y todo duplicado! Si hay algo que me fascina es la puntualidad del transporte público.

Berlín mola. Incluso en el punto diez, por muy duro que sea.

Cayetana Altovoltaje dijo...

Tu artículo mola. Hace tiempo que le tengo ganas a Berlín y espero poder ir en Septiembre. Ja wohl!

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