En estos últimos tiempos he ido colaborando con otros sitios que no son el Cerdo agridulce, y me acabo de dar cuenta de que no he dicho nada aquí. Qué mal, Palomares. Pero el valor de un hombre se fundamenta en su capacidad de rectificar a tiempo y de encontrar una excusa cualquiera para poner una foto de Bar Refaeli, y ambas cosas me sobran a mí.
Así que aquí van algunas cosas que he escrito fuera del Cerdo agridulce:
El otro día estuve viendo en el Museo Thyssen una muy interesante exposición sobre el lejano Oeste. La muestra recoge cuadros del siglo XIX sobre el tema, ropa y artilugios diversos de los indios, retratos de indios, etcétera (podéis encontrar unas cuantas fotos sobre la exposición con el hashtag #lejanoOeste , incluyendo unas cuantas que hice yo, si es que sois tan vagos como para no acercaros al museo).
Que por cierto, mira qué cosas más raras se encuentra uno al buscar el hashtag #LejanoOeste:
Una foto publicada por @ximecapristo (@ximecapristo) el
Bueno. A lo que iba.
Junto a esos ejemplos sacados de, digamos, la realidad -incluso aunque las fotografías de Gerónimo o Toro Sentado estuvieran teatralizadas- en la exposición hay abundantes ejemplos de lo fantasioso: pósters de películas de John Wayne y Jimmy Stewart, muñecos de vaqueros o novelitas de Karl May (resulta que el barón Thyssen era muy aficionado a las novelas del Oeste y tenía una amplia colección; como mi tío Jerónimo).
Y fíjate que acabas de conocer la verdadera historia hace unos segundos, pero te emocionas más al ver una foto de John Wayne en Río Grande cuando sabes de sobra que eso es MENTIRA. Qué poder tan tremendo el de la ficción, cómo nos llegan las aventuras falsas, basadas en una idealización partidista de los hechos, mientras que la verdadera historia nos parece nada más una curiosidad. Qué lástima que John Ford no dirigiera una historia basada en la muerte de Toro Sentado, por ejemplo, para que su historia nos conmoviera tanto como la de Ethan Edwards.
No, no es Ethan. Pero como gif mola más este que el de un hombre en el porche de una casa.
El miércoles pasado fui a jugar al fútbol. Hacía ya algunos meses que no jugaba, así que no forcé mucho la máquina (nunca lo he hecho, en realidad). ¿Pues sabes qué? Todavía me duele la espalda y la parte posterior del muslo izquierdo.
Esto es algo que últimamente me sucede. Me acuesto a las dos de la mañana y al día siguiente es como si me hubiera atropellado un tranvía. Tomo un café por la noche (yo que siempre he tomado hectolitros de café) y me desvelo. Como chocolate de más (chocolate de más es un concepto que antes no existía) y tengo acidez.
Que me estoy haciendo mayor, vamos. Ya ves, con lo lozano que parecía. Raúl, el jugador que parecía eterno, se retira. Y eso que es más joven que yo. Porque yo ya tengo 40 años. Casi 41. Y un día me duele la rodilla, otro tengo el cuello como un tablón y otro me pongo a pensar que ya tengo una edad y debería mirarme cosas. El colesterol, las transaminasas, la próstata.
Nunca había dedicado tiempo a pensar en esas cosas. Cuando uno es niño y se imagina de viejo no piensa en todo el proceso hasta llegar allí; te imaginas viejito, con la cara muy arrugada, jugando al ajedrez y paseando con un bastón, resolviendo crímenes. No te imaginas los achaques, ni los peligros, ni las dificultades. Lo que te cuesta bailar. Lo que te empieza a costar cumplir con tus obligaciones matrimoniales de los sábados.
Que no digo que me pase a mí. Digo que puede pasar. Como cuentan en una web dedicada precisamente a diagnosticar problemas de disfunción eréctil, aka impotencia, entre otros problemas masculinos, Tenemos una edad. Que puede que sea el mejor nombre de web de la Historia para hablar de estas cosas, por cierto.
Porque con esta edad hay que cuidarse algo, o bastante. Ya no es que te recuperes regular de un partido de fútbol en el que te has arrastrado, más que jugado. Es que el futuro te está atropellando desde hace bastante. Por ejemplo, hace unos días Marty McFly llegó al futuro. ¡Qué lejos nos parecía! Pues ya está aquí. Y Michael J. Fox tiene Parkinson. Y tú ojeras y a lo mejor, Dios no lo quiera, un poco de papada.
Y si eso te parece poco, piensa que Blade Runner está ambientado en noviembre de 2019. Sí, dentro de cuatro años. ¿Qué achaques tendrás dentro de cuatro años? ¿Existirá el Cerdo agridulce dentro de cuatro años? Piensa que Harrison Ford tiene ya 73. Cómo te quedas, majo. 73 años. Pero que tú vas de camino. Dios quiera que llegues a los 73. Pero ya vas teniendo problemas. Lo de tomar café y no poder dormir, que te decía antes. O el colesterol. O la disfunción eréctil. Que ya tenemos una edad.
Cuando tenía cuatro años de edad mi madre se empeñó en que tenía que aprender a nadar. Cuestión de supervivencia, me dijo. Así que un verano me apuntó a la piscina de El Rayo Vallecano y fue allí donde aprendí a hacer braza, crol e incluso a tirarme de cabeza, pero al estilo vallecano, en el que como todo el mundo sabe se salpica mucho más que en otras modalidades. Y a mí me gusta salpicar mucho, así que desde aquel verano de 1978 me hice adicta a ponerme en remojo.
Sumergirme en el agua no sólo era un placer en verano, cuando el intenso calor que desprende el asfalto de Madrid se pega en tu piel como un traje de cuero viejo, sino el resto del año, cuando necesitaba un momento conmigo misma y rodearme de agua me aportaba esa sensación de paz, de calma, de libertad absoluta.
Y sin embargo, en los últimos tiempos, cada vez que piso una piscina cubierta me entran los siete males. Entre el calor que hace, la sobredosis de cloro y de adolescentes, el jaleo y el eco que lo multiplica, nadar ha perdido todo su encanto. Y ya no me siento con ganas de hacerme un Esther Williams ni de pensar que estoy surcando los Mares del Sur, camino de una isla desierta y exótica. Y lo peor es tener que compartir calle con un grupo de pre-adolescentes que en dos brazadas te adelantan y luego rematan la jugada haciendo un volteo delante tuya. A mí se me da fenomenal nadar, pero cada vez que hago un volteo acabo en la calle de al lado (porque tengo tendencia a la izquierda) y con la nariz inundada de agua y de mocos. Y con un montón de pre-adolescentes mirándome y riéndose en mi cara.
Cuando tienes un montón de adolescentes pisándote el culo ¿qué hay que hacer? Sigue nadando, sigue nadando.
Se lo comentaba el otro día a una amiga y me recomendó que siguiera su ejemplo y me apuntara a la moda de hacer buceo.
Las ventajas eran muchas:
-volvería a sentir esa sensación de sumergirme completamente en el agua;
-el silencio es absoluto;
-no hay pre-adolescentes que te adelantan cuando buceas ni se ríen de que tu patada es floja y tu estilo es tirando a informal (traducción misericordiosa de “nado como me sale de ahí mismo” ;
-ni jubilados a los que adelantar en el carril;
-ni malas noticias, tráfico o jaleo;
-si no has empezado la Operación Bikini no pasa nada, porque no hace falta enseñar las lorzas en ningún momento cuando buceas.
-y lo más importante, cuando estás ahí debajo no te encuentra ni el plasta de tu jefe.
Bar es la única persona del mundo que puede bucear sin equipo. O debería.
Cuando buceas sólo estás tú y una enorme masa de agua a tu alrededor. Vale, y depende de dónde lo hagas también te puedes encontrar tiburones, claro. En ese caso aquí te enseñan cómo reaccionar al ver un tiburón mientras buceas.
Pero para empezar a bucear sólo necesitas un buen equipo de submarinismo, unas nociones básicas para evitar caer en alguno de los errores más típicos de los novatos, como te cuentan aquí y ganas para sumergirte en un mundo totalmente desconocido. Un mundo sin horarios, sin gritos, sin imposiciones y sin Operación Bikini. Yo sólo le veo ventajas al asunto.
Tiene la placa, en su sencillez, algo épico y tierno al mismo tiempo. Creo que define de una manera muy sencilla un tipo de heroicidad cotidiana, alejada de las tareas hercúleas, de la guerra, que es a lo máximo que podemos aspirar. Y lo hace a partir del enemigo a vencer.
Bueno, esa es la impresión que me da. Espero que no haya una historia sórdida y vulgar que explique esta placa y la reduzca a algo sin valor.
Recordadme que use esta frase como título de algo que no sea una entrada en el Cerdo agridulce.
En este blog siempre hemos sido bastante fans de las lunas llenas de roña como lienzo para escribir cosas, ya lo saben ustedes.
Pues mira este ejemplo:
Hay que tener muy claro que no piensas lavar el cristal en un tiempo para usarlo como medio de comunicación, ¿no? Eso es ser previsor. Y guarro. Un poco guarro también.
Es uno de esos mensajes con los que en principio todo el mundo está de acuerdo, porque toda libertad nos parece poca. La soberbia además tiene muy mala prensa, un día tenemos que dilucidar si merecida o no.
Y la segunda pintada, a unos metros de la primera, que dice:
Que no sé muy bien cómo interpretar. ¿Cómo que menos docencia? ¿Por qué? ¿Y por qué se contrapone a la decencia, como si estuvieran peleadas?
¿Tiene aspecto de que a alguien le han suspendido con un 4,5 o me lo parece a mí?
Hay que ver el éxito que tienen últimamente las páginas de citas. De citas no en plan Kierkegaard dijo:
"El reflejo de la pusilanimidad del luteranismo es la tortilla de patata sin cebolla" (Kierkegaard, 1813-1855)
Que también.
No, no, yo hablo de las citas románticas. De follar. De follar o de pasear bajo la luz de la luna mientras suena de fondo Moon river. O de follar bajo la luz de la luna mientras suena de fondo Moon river porque la canta a tu lado una rubia desnuda, rasgueando dulcemente la guitarra con sus pechos al ritmo del mambo que tú y la morena recreáis.
En fin, volvamos a lo nuestro, que me lío y acabo escribiendo una novela porno y convirtiéndome en multimillonario. El caso es que las webs de citas están de moda. Los de eDarling y Meetic hacen anuncios en la tele al viejo estilo moñas de Busco un hombre que me comprenda y tal. Los de Ashley Madison están todos los días en los papeles por no sé qué de unas mujeres que no existen.
Pero me estoy desviando de nuevo, porque yo venía a hablar de una web de citas concreta que se anuncia -yo lo he visto anunciado ahí, quiero decir- con banners en una web de un juego de mánagers de baloncesto. Hasta aquí su razonamiento es impecable. Vamos a ir donde están los frikis que no se comen una rosca para ofrecerles nuestro servicio de citas. Muy bien. Triplazo en el último segundo.
Y nos ponen este banner:
Digo nos ponen porque yo juego al juego ese, aunque no sea un friki que no se come una rosca.
Bueno, el caso. Que el banner en concreto bien también. Elegante, una chica sonriente que se toca el cabello. Sugerente. Porque todos hemos leído ya, o nos lo ha dicho un cuñado nuestro, que si una mujer se toca el cabello delante de ti es que muy probablemente quiere rollo.
O que tiene piojos (esto lo digo yo, que soy un experto en piojos; más que en roscas).
Juzgando por el nombre, la web debe ser de origen ruso o de pueblo de Zamora. O princesa Romanov o la hija de la señá Paqui. Cuando ves el segundo banner te das cuenta de que no tiene nada que ver con la hija de la señá Paqui:
¡Cómo se ha puesto la hija de la Paqui! No, no es la hija de la Paqui. Esta moza de aspecto lozano es indudablemente rusa, como se ve en la manera en la que pone sus manos junto a la cintura, sólo al alcance de los pueblos eslavos. En Albacete no ves tú a nadie así. Y muy buenos rizos, esta chica tiene pelazo, no hay duda. Y sabe, no me resisto a decirlo muy alto, que el escote palabra de honor queda siempre mal, así que lo evita, y hace muy bien.
El tercer banner es un poco en el estilo horro vacui, un poco un trebolillo de cosas (de cosas y de bustos de mujer):
Lo más destacable del banner, además de que apenas queda espacio para nada, es que la mujer de la derecha, que para mi gusto es la que más buena está de todas, lleva los rulos puestos. Tal cual. ¡Los rulos!
No sé si quieren hacernos creer que las rusas, al mismo tiempo que están buenas, son hogareñas y campechanas, que no les importa que las veas mientras están en proceso de realce. Y que todas usan el mismo color de carmín, también. Ya es casualidad que sea siempre el mismo tono. Casualidad o tendencia.
En el cuarto banner abundan en el tema de la hogareñidad:
Mismo color de lápiz de labios, sí. ¡Y un plumero! Podrían haber puesto a la mujer en bikini, pero no, ellos la ponen con un plumero. Yo no tengo muy claro cuál es el sentido de la foto con el plumero. ¿Que va a cuidar de la casa? ¿Que es una experta en polvos? ¿Cómo se dice plumero en ruso?
Lo curioso es que en los vídeos no se las ve pasando el plumero ni fregando suelos ni haciendo croquetas de cecina, sino poniendo caritas (caritas muy monas, eso sí):
¿Es lo del plumero del banner publicidad engañosa? Esta la historia oficial de amor de Anastasia, ¿eh? ¡Y ahí no hay rulos! ¡Ni plumeros! ¡Prometen cosas que luego no cumplen!
Los de Anastasia han creado una serie de vídeos muy interesantes un poco sobre todo donde una chica de bastante buen ver, de nombre Daria, nos enseña cosas sobre Valores familiares (muy bien el hombro al aire), Supersticiones, la Diferencia de edad o Rugir como un león. Y fíjate que en todas está puesta como de escorzo y que en todos los vídeos hay un momento donde cambian de cámara y de pronto parece que la pobre chica está loca y esta hablando al aire. De hecho hay un vídeo en el que se disfraza de rubia y empieza a hablar de quién fue antes, si el huevo o la gallina, relacionándolo con qué prefieren los hombres, si las rubias o las morenas. Como una cabra, a ratos parece un sketch de La hora chanante:
No sé cuál de las dos pelucas que lleva es más rara.
Uno pensaría que un sitio de este tipo lleno de mujeres que tratan de atraerte llevando rulos o portando plumeros con el vestido ceñido o hablando de lado todo el rato es mejor evitarlo, pero en realidad mucha gente se beneficia del servicio, como leo en uno de los comentarios del último vídeo que os he puesto. Traduzco para vuestra comodidad, no me invento nada:
Encontré a mi mujer en Anastasia. Aunque allí hay un montón de estafadoras que buscan sacar dinero, también hay mujeres de verdad buscando matrimonio. Las que están buenísimas suelen ser sacacuartos. La mía es muy guapa, sin duda... aunque depende del gusto de cada uno. Podría haber conseguido cualquier mujer de la página, pero escogí la que se ajustaba a mí y mis ambiciones. Es caro, pero me cansé de gastar mi dinero en estúpidas americanas egoístas.
Este hombre está un poco lleno de rencor, ¿no?
En fin. Eso es lo que pasa cuando no tienes una personalidad tan magnética como la mía. Yo me apunté y empecé a recibir mensajes a puñados. Ya lo conté en su día en Verne, pero aquí os pongo unos ejemplos:
Estos mensajes quedaron en nada porque yo soy un caballero y además mi mujer estará leyendo estas líneas ahora mismo, pero de aquel momento me quedó la impresión, que probaré en los próximos meses, de que las rusas son las nuevas suecas, y que siempre que hay una rusa cerca la vida merece la pena ser vivida. Como en el ya mítico episodio de la rusa y el pavo de hace un trimestre.
Ahora para llamar la atención no se escribe en un cartel: ¡SEXO!
Sino: FÍSICA CUÁNTICA.
Es interesante cómo algunos términos científicos producen sus propios magufismos. No sé si los que vayan al curso van a aprender mucho de física cuántica, pero seguro que sí sobre cómo se comportan los seres humanos.
Valga este mítico chiste de los ochenta para hablar de lo que me parece uno de los grandes descubrimientos publicitarios del verano de 2015: los anuncios de Fortasec.
Me encantan. Porque si te dan el encargo de hacer un anuncio de un producto que te corta la diarrea sabes que lo vas a pasar mal. Te va a dar vergüenza hablar del problema con claridad y acabarás usando metáforas absurdas. O por el contrario vas a querer demostrar que eres más creativo que nadie y vas a usar el chiste de los ochenta o variantes; y descubrirás que esos chistes siguen sin tener ni puta gracia.
Los anuncios de Fortasec resuelven el problema con brillantez. Afrontan el reto de una forma valiente, van al grano, pronuncian la palabra prohibida de una manera elegante y cuentan historias llenas de humor sin caer en la chabacanería, apoyados por un recurso visual impecable: finísimo el uso de la animación en un rollo de papel higiénico. Ah, y me enloquece el uso de badabim bampam como recurrente onomatopeya de la descarga.
Hay cuatro ejemplos:
Pedro y su bigote se van de vacaciones:
Se levanta, molesta a toda su fila y...
Un poco de contorsionismo y...:
Velas, musiquita... ¡Oh, oh, un retortijón!
Es obra de Ogilvy Barcelona. Mi sincera enhorabuena a los responsables.
Ah, qué grandes satisfacciones nos han dado siempre las peluquerías en este blog, como se puede ver aquí y también aquí, por poner dos ejemplos. A mí es que me gustan mucho las peluquerías. De hecho hay un capítulo casi entero en mi estupenda novela Toda la verdad sobre las mentiras que trata de eso, de una peluquería de caballeros en los años 80.
En aquel entonces las peluquerías eran distintas a lo que uno puede ver ahora. No te digo que mejores; distintas. Ponte por ejemplo qué bonito esto que encontramos el otro día:
Los puntos suspensivos también nos han dado muchas alegrías desde siempre, sí. Peluquería de... señoras. Una pena que el Señoras no vaya entrecomillado o tendríamos un cartel perfecto.
Y ese Ambiente musical... También con sus puntos suspensivos. Sugestivo. Misterioso. Con Mónica Bellucci en plan "Estoy macicísima y lo sabemos todos". Que no sé si el peinado de Mónica Bellucci es muy meritorio en esa foto, pero le alabo el gusto a quien la haya elegido.
Pero cuidado que la misma peluquería nos deleita con otro cartel:
Un buen corte de pelo realza su imagen, sí. Con dos ilustraciones de Alfons Mucha o un émulo de Mucha (aquí somos muy fans, no tenemos objeción) y dos fotos de unas velas.
¿Por qué las velas? ¿Las velas realzan la imagen de algo? ¿Es un símbolo de algo que desconocemos? ¿Hay algún estilo de peinado que se llame Vela encendida? ¿Alguien sabe algo de esto?
Más allá del concepto de tener un barra temporalmente fuera de servicio, ¿os habéis fijado en que el cartel tiene cierto diseño, con bloques de color, texto en diagonal, etcétera?
La gente está muy irritable. Fijaos en este cartel en el que alguien ha escrito un mensaje indignado:
Uno pensaría que el de la pintada se refiere al plan para celebrar un campeonato de padel en el teatro de Mérida, pero no es el caso. Vamos a hacer zoom out, es decir, me voy a echar para atrás dos pasos par hacer la foto.
Así es, esto viene de que van a derribar una vivienda unifamiliar y a alguien le parece mal. ¡Habría que conservarla! ¡Si es que no se respeta nada! ¡Que vienen los hunos!
Pero echemos dos pasos más para atrás. Tres pasos. Diez pasos.
Esta es la casa, sí. ¿Cómo es posible no querer conservarla? ¿Cómo es posible ser tan desalmado para querer derribar una obra maestra del sosainsmo arquitectónico español? Hagamos un Change.org. Por Dios.
Un día, mientras escribía Toda la verdad sobre las mentiras, una novela que bucea en mis recuerdos de los años 80 (y los reinventa), vi este cartel en una residencia de ancianos:
Más allá del valor terapéutico de ejercitar la memoria para conservar el cerebro en buena forma, me llamó la atención cómo los ancianos estaban haciendo algo muy semejante a lo que yo estaba haciendo, aunque con un propósito distinto, claro. Donde yo trataba de recordar lo que sucedía en los 80 para usarlo como material narrativo, ellos intentaban recordar su infancia.
Y entonces se me ocurrió que a lo mejor ellos también se inventaban los recuerdos, y fantaseaban con ellos, o los modificaban para que les proporcionaran consuelo. Que acabó siendo, claro, uno de los temas de mi novela: cómo recordamos sólo las cosas que nos interesan, y de la forma en que nos interesa.
¡Qué tiempos aquellos en los que veíamos por la calle esos carteles con ese viejo truco! Ahora lo que llama la atención de la gente son otros estímulos, como ha detectado hábilmente esta empresa de albañilería:
(Foto cortesía de mi hermano)
Astutísimo. Bien jugado, amigos, bien jugado. Impecable.
Eran los ochenta y eras un adolescente y estabas enamorado y tenías una navaja e ibas al campo y allí hacías un corazón en el viejo olmo hendido con tu inicial y la de la moza que pretendías.
Y ahora las cosas son distintas aunque la esencia sea la misma.
Amor en las estanterías de juguetes. No me digas que no es bonito.
Hay que ver cómo son las rachas de lecturas. Igual te tragas una docena de libros malos (o los dejas a medias) como de pronto te tropiezas con una sucesión de libros que disfrutas como un enano.
En los últimos meses he tenido bastante suerte con los libros que he leído, así que como preveo que en los próximos tendré mala voy a recuperar la vieja tradición del Cerdo agridulce de reseñar, aunque sea brevemente, los que me han gustado, para que mientras leo los malos libros me consuele el recuerdo de los nuevos.
Por ejemplo, leí prácticamente seguidos tres breves libros de fútbol que esconden muchas cosas hermosas en sus páginas.
Yo reconozco que tengo cierta debilidad con Antonio Agredano. Llevo años leyéndole en el blog colectivo Diarios de fútbol y creo que si escribiera una lista de la compra de los últimos diez años yo lo leería vorazmente. Me fascina el tono que logra imprimir en cada párrafo, o la precisión para encontrar el detalle relevante que explica tanto sobre nosotros, o esa extraña y engañosa facilidad para la escritura a base de frases que son como relámpagos.
En lo mudable, de Antonio Agredano, habla de cómo ve el fútbol un aficionado del Córdoba. En realidad no habla de eso, claro, sino de la vida en general, y del amor en general, y en cómo vemos a las mujeres que amamos, y cómo nos afectan los fracasos y los pequeños triunfos.
Hábilmente estructurado en torno a las sucesivas relaciones amorosas del autor, se van desgranando melancólicamente los recuerdos de fútbol mezclados con los recuerdos amorosos. Una preciosidad de libro, emocionante durante muchas páginas, en el que lo de menos es el fútbol, porque el fútbol es sólo la excusa para hablar de quién somos. Espectacular libro, muy recomendable os guste o no el deporte en cuestión, y seais o no del Córdoba.
Enrique Ballester también escribe en Diarios de fútbol (un día hablaremos de todo lo que le debemos a Diarios de fútbol), y en la misma colección y editorial de En lo mudable ha publicado Infrafútbol, sobre el Castellón. El Castellón es un equipo de fútbol pequeño y y de carácter difícil, cuyos mitos me son completamente ajenos: un ascenso a primera división y un equipo formado en torno a un entrenador legendario, el muy amarrategui Luiche.
Así a bote pronto (notemos la sutileza de usar en este contexto esta expresión) me puedo imaginar pocos equipos con los que me pueda sentir menos identificado, yo que soy del Madrid de toda la vida. Pues os digo una cosa: después de leer este libro es probable que, como hago yo ahora, cada domingo miréis a ver cómo ha quedado vuestro Castellón.
Ballester logra que te preocupes por las hazañas y fechorías de un equipo que ahora mismo está en Tercera División (cuando escribo esto vamos perdiendo 2 a 0 con el Acero) a base de humor y frases como latigazos. Siendo un libro por completo diferente en estilo, tono e intenciones, a En lo mudable, comparten una capacidad extraordinaria para la frase redonda (tengo los dos libros muy subrayados). Con Infrafútbol descubres que también hay belleza en no ganar Copas de Europa ni Ligas ni nada parecido, que hay belleza hasta en perder o luchar por la supervivencia. Bueno, igual no es belleza la palabra. Que hay vida. Eso es, sí: vida.
Juan Tallón. Cómo es el regate en corto de este hombre, acojonante. Es un poco como estar viendo a Butragueño en su mejor momento, ahí parado en el área, con el defensa sin atreverse a entrarle, y de pronto, ¡chac!, un movimiento de cintura, una arrancada brutal y acabas de leer una frase descomunal que te deja boquiabierto (sí, también es este un libro de frases redondas, como los dos anteriores).
Manual de fútbol es un repaso a distintos aspectos del fútbol -es mucho más genérico que los otros dos libros de los que hablo, en el sentido de que no existe narrativa en torno a un equipo-, hilado a través de anécdotas o reflexiones en torno a temas concretos: la portería, el banquillo, la falta. Y esos temas le sirven a Tallón para hablar de otras cosas, como es natural, con ese tono suyo de escribir mientras enciende un cigarrillo o vigila que le ponen suficiente whisky en la copa que logra que cada párrafo parezca esconder los secretos del Universo dentro de él.
Humor irónico, escritura elegante y como de vuelta de todo, deliciosa, que hace de la digresión un nuevo y fascinante género literario.
Tampoco te creas que soy yo muy amigo de la Acción poética esa que está ahora por las ciudades, porque la mayor parte me parece un poco impostada y un poco cursi, pero esta pintada que me envía mi amigo Javi (¡gracias, majo!) me encanta:
Y me pongo nervosio porque tengo ganas de que la gente la lea y me diga qué le parece. Que me contéis si os habéis emocionado, si habéis sufrido, si habéis reído o llorado, si por unas horas os habéis olvidado del informe Fonollosa que os trae por el camino de la amargura en la oficina, si en algún momento habéis dicho: "¡Ah, esto me pasó a mí cuando tenía diez años!", o si os parece que estoy escribiendo sobre vuestra familia (si la novela os parece espantosa, recordad que el ego de un escritor casi novato es muy frágil).
Así que compradla, si os apetece, dadle una oportunidad. Y si os sentís generosos, escribid una reseña en algún sitio, o publicadlo en Facebook, o decidlo en Twitter, o sacad una foto al libro y subidla a Instagram, y coged el teléfono y recomendadle a vuestro buen amigo Pau Gasol que se haga con un ejemplar, o aprovechad que acabáis de conocer a una desconocida en un garito para decirle: ¿te has leído Toda la verdad sobre las mentiras?
Gracias a todos. Sois más majos que las pesetas (que también son de los 80).
(Ya había hablado de la novela por aquí, por si alguien quiere saber algo más sobre ella, y yo creo que sospechais que voy a hablar más veces en el futuro. Y tenéis razón).