Desde luego, los seres humanos podemos ser lo peor. Nos podemos cruzar a plena luz del día con la felicidad y no reconocerla aunque vaya sin gafas de sol y a cara descubierta. Pero luego nos pasamos el resto de nuestra existencia deseando todo tipo de cosas absurdas que no tienen nada que ver con la ya nombrada felicidad.
Y es que el Deseísmo, queridos amigos, es una corriente filosófica muy de moda en esta sociedad consumista en la que vivimos. Y yo, su representante en la Tierra.
Para muestra, la lista de deseos que llevo “deseados” desde que me levanté esta mañana:
Deseo nº1: Entrar, de una vez, en toda la ropa de la talla 38 que hay en mi armario. Aunque, en realidad, lo que deseaba era tener el cuerpo de Halle Berry, la cara de Natalie Portman y el fondo de armario de cualquiera de las dos.
Deseo nº2: Encontrar un asiento libre en el “hasta-las-trancas” abarrotado vagón de la línea 5 del metro de Madrid.
Deseo nº3: No haberme dejado la cama sin hacer.
Deseo nº4: Comerme un donuts sin sentir ningún remordimiento.
Deseo nº5: Que el citado donuts fuera diurético.
Deseo nº6: Que el compañero que se sienta enfrente mío (maldito, maldito sea) no hubiera abierto esa… mmmmmmmmmmmmmmm… irresistible bolsa de Doritos Sabor Ranchero.
Deseo nº7: No haberme comido toda la bolsa de Doritos de mi compañero de enfrente. No haberle amenazado de muerte si no me daba la bolsa de Doritos. No haberle hecho prometer que nunca, nunca más volvería a hacer una cosa así como abrir una bolsa de Doritos Sabor Ranchero frente a mí.
Deseo nº8: Poder caminar como Gisele Bündchen con mis zapatos de tacón en vez de parecer un cruce entre Lina Morgan y el Pato Donald (aunque en realidad, lo que quería era tener ese tipo de pierna infinita que no necesita un zapato de tacón para no parecer una columna jónica).
Y es que el Deseísmo, queridos amigos, es una corriente filosófica muy de moda en esta sociedad consumista en la que vivimos. Y yo, su representante en la Tierra.
Para muestra, la lista de deseos que llevo “deseados” desde que me levanté esta mañana:
Deseo nº1: Entrar, de una vez, en toda la ropa de la talla 38 que hay en mi armario. Aunque, en realidad, lo que deseaba era tener el cuerpo de Halle Berry, la cara de Natalie Portman y el fondo de armario de cualquiera de las dos.
Deseo nº2: Encontrar un asiento libre en el “hasta-las-trancas” abarrotado vagón de la línea 5 del metro de Madrid.
Deseo nº3: No haberme dejado la cama sin hacer.
Deseo nº4: Comerme un donuts sin sentir ningún remordimiento.
Deseo nº5: Que el citado donuts fuera diurético.
Deseo nº6: Que el compañero que se sienta enfrente mío (maldito, maldito sea) no hubiera abierto esa… mmmmmmmmmmmmmmm… irresistible bolsa de Doritos Sabor Ranchero.
Deseo nº7: No haberme comido toda la bolsa de Doritos de mi compañero de enfrente. No haberle amenazado de muerte si no me daba la bolsa de Doritos. No haberle hecho prometer que nunca, nunca más volvería a hacer una cosa así como abrir una bolsa de Doritos Sabor Ranchero frente a mí.
Deseo nº8: Poder caminar como Gisele Bündchen con mis zapatos de tacón en vez de parecer un cruce entre Lina Morgan y el Pato Donald (aunque en realidad, lo que quería era tener ese tipo de pierna infinita que no necesita un zapato de tacón para no parecer una columna jónica).
Deseo nº9: Tener la pasta y el tiempo suficiente para escaparme a Homeless y montar allí la de Dios.
Y son sólo las doce de la mañana, amigos. De aquí a la hora de acostarme la lista puede aumentar en varias docenas de deseos más. Algunos más absurdos que otros, algunos más intrascendentes que los demás, algunos (lo menos) realmente importantes. Como que me crezca rápido la uña del dedo índice que se me rompió ayer (hasta que alcance el nivel de todas las demás), que se me aparezca la cena por arte de magia o que venga el Espíritu Santo y me ponga un piso. Pero, vosotros os preguntaréis, ¿a qué viene todo esto que nos estás contando, Rebeca, bonita? ¿Qué nos importa a nosotros que te pases la vida deseando cosas absurdas? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y sobre todo, ¿por qué estos pantalones me hacen el culo gordo y estos otros no?
Pues a que, sencillamente, el otro día me di cuenta de que no necesito que ninguno de estos deseos se hagan realidad para ser feliz. Porque ya soy feliz. Mucho. Lo que pasa es que la mayoría del tiempo no me doy cuenta de que lo soy. En general, los seres humanos pocas veces nos damos cuenta de que la felicidad está pasando a nuestro lado. Quizás porque la tenemos idealizada igual que tenemos idealizada a Jennifer Aniston y cuando aparece de verdad en nuestro camino nos pasa lo mismo que si nos cruzáramos con la protagonista de Friends un martes a las siete y media de la mañana, recién levantada, sin peinar y sin maquillar. Que no sabríamos que nos estamos cruzando con Jennifer Aniston. O con la felicidad.
Pero los seres humanos y yo somos así, en general.
Lo peor, repito.
Nos pasamos la vida suspirando por alcanzar la felicidad pensando que la felicidad es otra cosa. Deseando ser más jóvenes, más experimentados, más altos, menos robustos, más delgados, con más pecho y menos michelines, … Pensando que consiste en tener una casa más grande, un coche mejor, un ordenador último modelo, el ipod más molón, toda la última colección primavera-verano de Homeless… Pero nada de esto tiene sentido cuando faltan las cosas más importantes. Pero de eso no te das cuenta hasta que no te falta.
Qué triste.
Y son sólo las doce de la mañana, amigos. De aquí a la hora de acostarme la lista puede aumentar en varias docenas de deseos más. Algunos más absurdos que otros, algunos más intrascendentes que los demás, algunos (lo menos) realmente importantes. Como que me crezca rápido la uña del dedo índice que se me rompió ayer (hasta que alcance el nivel de todas las demás), que se me aparezca la cena por arte de magia o que venga el Espíritu Santo y me ponga un piso. Pero, vosotros os preguntaréis, ¿a qué viene todo esto que nos estás contando, Rebeca, bonita? ¿Qué nos importa a nosotros que te pases la vida deseando cosas absurdas? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y sobre todo, ¿por qué estos pantalones me hacen el culo gordo y estos otros no?
Pues a que, sencillamente, el otro día me di cuenta de que no necesito que ninguno de estos deseos se hagan realidad para ser feliz. Porque ya soy feliz. Mucho. Lo que pasa es que la mayoría del tiempo no me doy cuenta de que lo soy. En general, los seres humanos pocas veces nos damos cuenta de que la felicidad está pasando a nuestro lado. Quizás porque la tenemos idealizada igual que tenemos idealizada a Jennifer Aniston y cuando aparece de verdad en nuestro camino nos pasa lo mismo que si nos cruzáramos con la protagonista de Friends un martes a las siete y media de la mañana, recién levantada, sin peinar y sin maquillar. Que no sabríamos que nos estamos cruzando con Jennifer Aniston. O con la felicidad.
Pero los seres humanos y yo somos así, en general.
Lo peor, repito.
Nos pasamos la vida suspirando por alcanzar la felicidad pensando que la felicidad es otra cosa. Deseando ser más jóvenes, más experimentados, más altos, menos robustos, más delgados, con más pecho y menos michelines, … Pensando que consiste en tener una casa más grande, un coche mejor, un ordenador último modelo, el ipod más molón, toda la última colección primavera-verano de Homeless… Pero nada de esto tiene sentido cuando faltan las cosas más importantes. Pero de eso no te das cuenta hasta que no te falta.
Qué triste.
Me da la impresión de que hay mucha gente hoy en día que es feliz y no se da cuenta de eso.
Más triste aún.
Más triste aún.
La felicidad no es un bolso Chloe, Kate.
Gente que no aprecia esa mágica conversación sobre todo y sobre nada con un amigo, la llamada de su madre para ver qué tal anda, la tranquilidad que se respira en su casa, un sereno paseo para hacer la compra, el intercambio de naderías con el frutero de la esquina, la sonrisa que cruza con el vecino en el descansillo del portal, un trozo de hornazo con bien de jamón y chorizo compartido entre risas con una copa de vino… Hay cien mil cosas que deberían hacernos felices a diario y, sin embargo, nosotros suspiramos por otras cien mil más que nada tienen que ver con la felicidad.
Argggggggggggggggggg.
Pues, desde aquí anuncio al Mundo que yo voy a intentar dejar el Deseísmo y os animo a todos a hacer lo mismo. A desterrar vuestras pequeñas miserias diarias porque son… eso. Pequeñas.
A olvidar todos esos “ojalás” y a esforzarnos a diario por reconocer a la felicidad en las esquinas. Aunque vaya sin maquillar, su pelo no brille tanto y vista ojeras.
2 comentarios:
Culo culo culo culo culo.
Y una vez cumplida mi función en el blog, me despido hasta otro rato.
Pues si, Rebeca, tienes mas razon que una persona con razon. sobre todo con eso de "... no te das cuenta hasta que no te falta". Es mas, a veces, incluso cuando lo tienes te molesta ("!Joer, que pesada es mi madre llamandome para ver como estoy, si sabe que estoy perfectamente!")o no le das demasiada atencion (la salud: "me molesta la rotula desde que se me cayo el piano encima de la rodilla, pero como que no tnego tiempo para ir al medico...ya se me pasara. me pondre un poco de agua oxigenada mientras , y por las noches Vips Vaporup"), por alguna razon ewstupida, pero cuando no lo tienes....!!Ains!! sufrimiento, dolor y culpa aparecen de la nada, bajandose del autobus en la puerta de tu casa y diciendote: "Eres tonto eres tonto eres tonto". Egoismo, estupidez o que se yo, pero supongo que es propio de la naturaleza humana
P.D. Por un momento, al leer el principio, estaba alucinando, con eso de que no identificaba al escritor/a. Eso de que "...quisiera tener el cuerpo de Kate Moss y la cara de la anorexica de la princesa Amigdala..." Y yo mientras, pensando en que era Jose el que escribia!!!!! :D
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